viernes, 26 de abril de 2013

Vacaciones en el norte (9) "Seis de agosto"

Ya era seis de agosto. Sin reparar en ello, ya había pasado un mes desde que estaba allí. Tazones había convertido mi hogar. Un hogar que a falta de familia, estaba lleno de amigos.
Las “reuniones” en la playa se habían multiplicado desde finales de julio. Ya todos estaban de vacaciones. Extrañamente, los días asturianos se estaban convirtiendo extremadamente calurosos. Le tendríamos que dar las gracias al cambio climático de aquel atípico tiempo que permitía nuestra vida se estuviese basando en barbacoas, juegos y botellones sobre la arena.

Desde lo que vimos, nuestra relación con Luz había cambiado. Le conté a Mara el encontronazo que tuve y lo que le dije. Le pareció bien y no habló con ella. La situación era muy fría. Menos mal que nos juntábamos los suficientes como para que se pudiese hablar con otras personas sin que se notase la tensión.

Cuando el sol ya caía empezamos a beber y a fuma de la cachimba de Mara. Allí también estaba Micael, tan atractivo y amable como siempre. Hoy la sisa me sabía diferente. A la quinta calada me comencé a sentir un poco mal.
—¡Hostia! ¡Qué raro me encuentro! ¿Qué coño le habéis metido a esto?

En vez de decirlo se echaron a reír. Le habían echado marihuana. Estaba demasiado ido y ellos también como para echarles la bronca. No me gustaban esas cosas y ellos lo sabían. Lo habían hecho con mala intención. Empecé a alucinar con todo lo que pensaba.
—Joder, ¿Qué sería antes el huevo o la gallina?—Se estuvo preguntando Mara.

—¡Pues el huevo!—Saltó Laura.

—¡Pues no, tuvo que ser la gallina!—Vociferé.

—¿Y cómo puedes estar tan seguro?—Me preguntó.

—Joder, pues no lo sé…

Estuvimos así horas. Me entró un hambre atroz por la maría, por suerte teníamos chuches que no comimos, sino engullimos. De repente, sonó mi móvil cuatribanda. En cuanto lo saqué todos se empezaron a reír.

—¡Pero qué pepino!

—¡Joder! ¡Y yo creía que mi móvil era una mierda!

—¡Si eso no tiene ni cámara! ¡Vaya con el de la capital!

Les pedí silencio, quería contestar. No me hicieron caso, así que me alejé un poco, o más bien me arrastré a una zona menos ruidosa de la playa.

—¿Diga?—Pregunté. No sabía quién era, ni había mirado el nombre.

—¿Leo? ¿Estás bien?—Ésa voz la conocía demasiado. Se trataba de Roberto. Me quedé en blanco, estaba demasiado colocado como para enfrentarme a él.
—Leo, por favor, contesta…—dijo Roberto de nuevo tras mi silencio.

—Sí, sí. ¿Qué quieres?— Dije sin apenas fuerzas para hablar.

—No sé que quería hablar contigo desde hace un tiempo.

—¿De qué?

—De nosotros, Leo, de nosotros…

Me quedé paralizado, pero mi corazón seguía hablando  por mí. Sentía odio y rabia. No quería nada de él. Por qué me tenía que llamar y justo hoy. El único día de mi vida que había estado emporrado.

—Mira, que te jodan. O mejor dicho, que te joda tu novio.

Le colgué. La situación y mi situación me superaban, ya no podía más. Me derrumbé y rompí a llorar. A continuación, Micael vino a por mí. Me pregunté qué me pasaba, pero ni le contesté. Sólo había lágrimas.
Me llevó a mi casa y me dejó con mucho cuida en la cama donde en el instante de tocar el colchón, caí rendido en los brazos de Morfeo.

martes, 23 de abril de 2013

Vacaciones en el norte (8) "Mañana en la playa"

Esa mañana me apetecía ir solo a la playa. A nadar y desconectar. Deseaba que la sal del mar sobre mi cuerpo absorbiese los malos recuerdos que hacía un día había vuelto a relucir. Aún era pronto. Todavía sentía que era pronto para hablar de las cosas con total naturalidad. Para hablar de él como si fuese un mero apartado de mi vida.

El agua del cantábrico estaba helada. Eso me resultaba indiferente. Era de aquellos urbanitas de secano que pensaban que por una vez al año que tenía cerca la playa, tenía que zambullirme en el mar, aunque éste tuviese placas de hielo. Por suerte no había oleaje y se podía nadar con completa tranquilidad. Nadaba hasta donde dejaba de hacer pie y me volvía a alguna zona donde tocase la arena.

Hacía un buen día, pero en la playa no había ningún alma, excepto la mía. Por otra parte, era lógico. Eran tan sólo las nueve de la mañana.
En una zona del levante a estas horas ya habría abuelillos colocando las sombrillas para coger aparcamiento en el posterior hacinamiento de cuerpos sobre la arena. Pero éso no era levante. Allí las cosas funcionaban de manera muy distinta. La vida era más tranquila. No tenían prisa para hacer las cosas, pero tampoco pausa. Era gente serena que sacaba tiempo para todo, pero sin sustituir nada por sus funciones diarias.

En el mar, siempre se me ralentizaba el tiempo. No sabía si habían pasado tres horas, como creía, o tan sólo cuarenta minutos, que era el tiempo que realmente había pasado. Las yemas de mis dedos empezaban a estar rugosos. Eso era señal de que al menos ya llevaba un cuarto de hora.

La soledad completa ,de la que realmente estaba disfrutando, finalmente se vio interrumpida. Vi a un recién llegado a la arena. Era un chico, o eso me parecía. Sin las lentillas mi miopía no me permitía enfocarle. De repente aquel que estaba viendo, se fijó en mí y me saludó. Por pura cortesía, le devolví el saludo. Quien fuese, al parecer, me conocía. Pero seguía desconociendo quién era.

Se descalzó y se quitó la camiseta, quedándose en bañador, el cual estaba sirviéndole también de pantalón. Sin importarle lo frío que podría estar el agua, se zambulló en el mar. Fue nadando hacia mí. Cuanto más se acercaba, podía definir mejor su  rostro, hasta que estuvo lo suficientemente cerca como para reconocerlo. Era Micael.

Hacía mucho tiempo que no coincidíamos. Desde esa conversación en esa misma playa, no  habíamos hablado. Habíamos coincido en el pueblo, o habíamos estado con más gente. A lo mejor habíamos intercambiado algún saludo o algunas palabras, pero nada más.

—¡Leo! ¿Qué haces aquí?—Preguntó mientras se acercaba donde estaba.

—¿Qué pasa que aquí sólo te puedes bañar tú?—Contesté, intentando hacerme el ofendido a modo de gracia.

—¡Eh, eh! Que lo preguntaba porque me parece raro verte aquí tan pronto.

—Es que hacía buen día y como me he despertado pronto, no tenía nada mejor que hacer.

—Qué suerte. Yo suelo venir muchos días a esta hora. Acabo de venir del barco con mi tío y ya apenas tenemos jaleo.

—Vaya… ¿Qué cansado no?

—Sí, pero ya sabes, es lo que me ha tocado—Se resignó.

—Entiendo…

Brevemente cambió de tema como si le fuese la vida en ello. Creo que tenía demasiadas cargas y no le gustaba recordarlas a cada instante.

—Bueno, cuéntame. ¿Ha caído ya alguna chica?

—Jajajajaja , no—Me reí, intentando o al menos deseando que la conversación se desviase de rumbo.

—Vaya, eso sí que me parece raro. Un chico nuevo y de ciudad siempre resulta algo atractivo.

En realidad, él tenía mucha razón y así les tendría que resultar a las chicas de allí. Me habían tirado bastante los tejos. Pero las evitaba de manera descarada a todo aquella que lo hiciese. Si hubiese estado Roberto, ya todos sabrían que era gay. Pero no era así y estaba sólo. Así que prefería que nadie, excepto Mara lo supiese. Era gente simpática, pero estaba seguro de que nunca habían conocido a alguien como yo y ,la verdad, desconocía completamente cuál podría ser su reacción.

—Bueno, ya sabes, no siempre es todo tal y como pensamos—Sentencié.

—Así es la vida, dicen—Me sonrió.

—¿Y tú?—Le pregunté, sabía lo de la chica con la que estuvo, la llorona. Quien se largó del pueblo cuando él la dejó.

—Tampoco es que tenga mucha suerte—Rió.

—No me lo creo—Le rebatí—. Ya he visto cómo te miran las chicas y no son miradas de simple amistad.

—Vale me has pillado—Volvió a reír—. Estoy demasiado ocupado con el trabajo.

—Ya, ya… ¿Y tus salidas del pueblo de días?—Le solté de una manera demasiado directa. No lo tendría que haber hecho, porque ya sabía que me habían hablado de él.

—Bueno, creo que eso a ti no te importa—Me dictó tajantemente.

—Sí tienes razón, lo siento. —Paré de nadar. Me había pasado y no tenía motivo para ello. Me sentí fatal. Él me había tratado siempre genial y parecía ser una persona.

—Tranquilo, tranquilo. Perdóname. No debería haber tenido esa reacción. Soy un poco tonto—Me sonrió y le devolví la sonrisa.

Me pareció muy extraña su reacción, pero me había pasado con él. Afortunadamente, creo que vio que mis palabras no poseían ningún tipo de maldad.

—Voy a tenerme que volver al  trabajo, ya se me hace tarde—dijo mirando al reloj,

—Yo también voy a salir a tomar un poco el sol.

Salimos ambos del agua. Yo me tiré en mi toalla. Él, todavía empapado, se puso la camiseta y las sandalias.

—Hasta luego Leo. Ya nos veremos—Me mostró otra de sus sonrisas y se fue corriendo.

—Había algo en él que me gustaba mucho.

Me resultaba extremadamente atrayente. Pero al mismo tiempo me tenía que decir “Leo, para el carro y deja de fantasear”. Al final me limitaba a pensar que era una persona que a cualquiera, tan sólo por su personalidad, le tendría que resultar interesante.


domingo, 21 de abril de 2013

Vacaciones en el norte (7) "La verdadera razón"

Hubo muchos días en los que Mara estuvo pensando en qué hacer. Si decirle todo a Elisa o simplemente callarse. Al final la convencí de que ella intentase actuar por un tiempo, que aquellas cosas se acababan sabiendo, tardase más tiempo o no.

—Mara, confía en mí, al final se enterará.

—¿Cómo puedes estar tan seguro?—Me rebatió— Si ha sido capaz de engañarla durante quién sabe desde cuándo, nada viene a decir que ahora se vaya a sincerar con ella.

—Pero habrá rumores, porque al final se enterará el resto de gente y finalmente ella se enterará.

—Pero no tiene por qué pasar. No todo se sabe al final.

—Sí, sí que se sabe—Sentencié. Le arrebaté la mirada, estaba recordando cosas que intentaba por todos los medios olvidar.

—Leo, ¿Qué te pasa?—Se inclinó hacia mí. Estaba descubriendo en una reacción miles de sentimientos escondidos que albergaba dentro.

No la contesté. Me encontraba demasiado frágil y dañado como para poder contestarla. Simplemente fijé mis ojos en una baldosa del suelo.

—Creo que ya va siendo hora de que dejes de mostrarte huidizo conmigo cuando te pregunto por qué estás aquí. No es normal que un chico  de diecinueve años de Madrid se compre una casa en un pueblo perdido…

—Fue por una herencia…—La interrumpí.

—Sí, lo sé, me lo has contado, pero no quiere saber cómo la pagaste. Ya sé eso y no tienes pinta de pasar droga, si ni le has dado una calada a un porro en las quedadas de la playa. Lo que quiero saber es qué motivo es el verdadero para que tú quisieses llegar a aquí. No soy tonta y no eres un amante de la naturaleza, la razón de que estés aquí no la sé, pero creo que me la tienes que contar.

De repente su mirada me punzaba la cabeza. Mantuve el silencio un rato, reorganizando ideas para explicarle todo lo que debería contar.
Tomé un respiro y finalmente me dispuse a hablar.

—Verás, Mara…—Comencé—Estuve saliendo con un chico, se llamaba Roberto. Salimos juntos dos años. La verdad es que todo iba genial, nos queríamos y éramos uña y carne. Pero un día empezó a mostrarse más lejano conmigo. Al principio no le di importancia. Llevábamos mucho tiempo juntos y me parecía normal que a veces pudiese estar menos comunicativo. Pero la distancia se alargó cada vez más. No sabía lo que pasaba. Me sentía sólo y prefería no contárselo a nadie. Tenía la sensación de que si lo hacía, mi pesadilla se convertiría en lo que realmente era. Al final veía que la gente hablaba hablaba a mis espaldas y ya sí que empecé a preocuparme de verdad. Escuchaba cosas espantosas, así que acabé hablando con Roberto. Le pregunté que le pasaba y no tardó en contestarme: Estaba con otro. Me dijo que no sabía cómo decírmelo, pero que le quería a él y que a mí ya tan sólo me veía como un amigo. Rompí a llorar y le di una torta. Me largué corriendo y no le volví a ver.

Las lágrimas, contenidas en mis párpados, comenzaron a rebosar mis mejillas. Había sufrido tanto y callado aún más que intentaba sobreponerme siempre, pero cuando hablaba de lo que pasó, era inevitable que me pusiese así.

—Cariño…—Me abrazó Mara, intentando consolarme— ¿Entonces por eso te compraste esta casa? ¿Para huir?

—Al final me ha servido para eso, pero en un principio la compré cuando los dos seguíamos juntos. Para tener un lugar donde pudiésemos estar los dos juntos. Un lugar de escapada para verano y los fines de semana.

—Vaya… Pero mira, no me seas tonto si al final estás teniendo un verano buenísimo conmigo idiota—Me puso una sonrisa burlona y al final me reí.

—En eso tienes razón, me ha ayudado mucho conocerte.

Me sonrió bondadosamente. Le gustó mucho que viese en ella a una amiga de las que valen la pena.

—Pues mira, ya que me has contado eso, te voy a contar yo una de mis desventuras.

Abrí los ojos, totalmente repuesto, interesado por lo que ahora me pudiese decir.

—Empiezo—Carraspeó—. Hace muchos años cuando tenía unos dieciocho años, estaba viviendo en París. Y allí conocí a François, quien fue al final mi novio. Mi primer novio—Remarcó—. Estaríamos un año saliendo y bueno, al final me dijo que no sentía lo mismo que antes y me dejó.

—Vaya… ¿Y ya está?

—No, no, espera—Me interrumpió—, que aún no he acabado. Poco después me llamó, llorándome, creyendo que no me quería, pero que realmente sí lo hacía. Me pidió volver, me lo pensé. Sé que no debería haber vuelto, pero a quién voy a engañar, seguía enamorada.

—¿Y luego qué pasó?

—Pues que estuvimos dos semanas más juntos, fuimos a Eurodisney y todo, pero acabamos dejándolo. Le dije un día mil cosas bonitas y él no sabía qué contestarme. Él se sintió mal por no decirme todo aquello que él sentía por mí. A parte de eso, teníamos muchos problemas sin solucionar, así que me pidió un tiempo. Le dije que no porque ya prefería olvidarle antes de estar así continuamente. Justo un día después de dejarlo le vi tonteando con una chica en Laissè, una red social francesa, la chica se llamaba Judith. Le pedí explicaciones y me dijo que él no me quería guardar luto, pero yo no pedía eso, simplemente me parecía pronto como para ver ya quisiese estar con otra.

—¡Menudo hijo de puta!—Salté asombrado.

—Ni que lo digas… A esa chica él no lo conocía de nada, pero la tenía como amiga en Laissè. Yo lo sabía porque vi días antes que la tenía como nueva amiga. Me callé porque no quería parecer celosa y a veces lo era bastante con él—Reconoció—. Tras eso, acabé perdonándolo, aunque no le volví a ver, se lo dije por teléfono. Cuando ya había pasado más de medio año, ya no le quería. Recordaba lo bonito, pero nada más. En ese momento uní cabos. Y entonces me di cuenta que quería un tiempo para irse con la tal Judith y si le iba mal la cosa con ella, poder volver conmigo.

—Será desgraciado… ¿Y supiste algo más de él?

—Pues al principio de la ruptura hablábamos, pero al final no, era demasiado irrisorio que encima al final acabásemos siendo amigos. Sé que a la tal Judith la invitó a cenar, pero no pasó nada. Ella no quiso nada con él, así que se convirtió en un verdadero pagafantas. Lo último que supe de él fue que conoció a una chica en una fiesta, la llevó a su casa y el día siguiente cuando se despertó, ella ya no estaba. Al parecer le desvalijó la casa y encima le pegó la gonorrea.

Comencé a reírme a carcajadas. Acabé llorando, pero ahora por la risa. Mara también empezó a reír conmigo.

—Sabía que así conseguiría que volvieses a ser el Leo que tanto me gusta. No estés triste por lo que te hicieron, porque nadie merece que lo estés. Y si aún así lo estás, recuerda que al final le olvidarás y lo único que harás será reírte de lo tonto que eras y aún más de lo que fue él. Todo pasa, aunque creamos que no es así, te prometo que todo acaba pasando.

Me tiré hacia ella. Necesitaba abrazarla.
—Gracias Mara—Levanté mi cabeza para decírselo.

Ella continuó el abrazo. Se había convertido en un tiempo récord la mejor amiga que había tenido. No por lo que hacía, ni por lo que decía, sino porque simplemente estaba ahí.


domingo, 14 de abril de 2013

Una mañana futura



—Hola…—Saludó a su acompañante de noche al ver que ya había abierto los ojos. Llevaba una hora despierto, pero se había quedado junto a él para ver su perfecto cuerpo y su precioso rostro dormido.

—Hola… —Contestó dulcemente mientras se estiraba en la cama.

—¿Qué tal has dormido?

—Bien… aunque mejor he despertado al verte—Dijo con una sonrisa burlona. Una de aquellas sonrisas que a él siempre le derretía y hacía que se arrodillase a sus pies.

—¡Madre mía! ¿Pero qué pretendes que te coma a besos?—Rodeó su cadera desnuda con sus delgados brazos. Empezó a hacerle cosquillas a las mismas caderas que hace un momento abrazaba.

—Jajajaja ¡Para! ¡Para!—Gritaba entre risas. Por fortuna era lo demasiado tarde como para que los vecinos ya no estuviesen dormidos, sino posiblemente alguno de ellos tendría que haber acabado por llamar la puerta del apartamento.

Estuvieron un buen rato mientras se hacían cosquillas mutuamente. Eran felices y se querían demostrar a cada momento, cada segundo, el amor tan inmenso que sentían.
Las cosquillas pararon y empezaron a besarse.

—¿Qué haría yo sin ti?

—No lo sé, pero yo sí sé qué haría sin ti.

—Vaya—Puso tono de curiosidad—, ¿Y qué harías tú sin mi?

—Nada, Alejandro, nada. Sin ti no podría hacer nada. Ni respirar, porque tú eres quien me da el aire que a cada momento te necesito…

Alejandro volvió a abrazarle, sonrojado de lo que le acababa de decir.

—¿Pues sabes qué?

—¿Qué?

—Que te quiero…—Le dijo en su oído en forma de susurro.

—Yo también te quiero mi vida…—Le dijo emocionado, enamorado, y lleno de felicidad.

Se abrazaron aún más fuerte y los besos continuaron como gotas de lluvia. Eran dos enamorados de un camino que siempre dibujarían los dos. El destino les había unido y nada les separaría nunca.

jueves, 11 de abril de 2013

Toque de queda



Las madres llamaban a sus hijos para que fuesen a casa. Los ancianos y demás personas se recogían en sus hogares. La calle quedó vacía, intacta, como si permaneciese virgen a movimiento rutinario de las gentes. El toque de queda llegó y el ruido se apagó como si se hubiese golpeado a un interruptor.

No tardó en pasar por la gran avenida de la ciudad una serie de hombres con el uniforme militar y sus motos negras con el escudo del régimen: Dos grandes águilas negras rodeadadas por un círculo rojo. Los motores de esos vehículos rugían como si de grandes caballos se tratasen. Ni los animales se atrevían a mostrarse por allí. El miedo que emanaban aquellos individuos se podían percibir a kilómetros de distancia.

—Esperad un momento—Dijo quien parecía el cabecilla del grupo. Un hombre corpulento de rasgos caucásicos—, creo que he oído algo que venía de allí.

Se trataba de un estrecho callejón donde no había farolas para alumbrar y se encontraba totalmente oscuro. El grupo completo le siguió hacia allí, con pasos fuertes producidos por las robustas botas que vestían. El dirigente giró la cabeza al escuchar un ruido detrás de un contenedor.

—¿Quién hay ahí?—Gritó antes de acercarse más.

Nadie le contestó, sacó una linterna y llegó al final hasta el punto desde donde provenía aquel ruido. Alumbró hacia un rincón donde se juntaba una valla y una pared de ladrillos de uno de los edificios contiguos. Allí había un hombre con una manta de lana, atemorizado en un rincón.

—Vaya, vaya…—Le dijo con aires de grandeza— si tenemos aquí a un renegado…

—Señor—Comenzó el mendigo a hablar, arrepentido—, sólo soy un humilde mendigo que no tiene dónde pasar la noche…

—Son las doce de la noche ¿Sabes a qué hora comienza el toque de queda?

—Sí, señor, a las diez.

—¿Y qué coño haces en la calle a esta hora?—Empezó a vociferar—¡Estás burlando las órdenes de nuestro líder!

El vagabundo continuaba allí tirado, con demasiado miedo como para levantarse o intentar salir corriendo.

—No por favor, no me malinterprete—Titubeaba—. Como le he dicho no tengo dónde ir, tan sólo un humilde mendigo que perdió su trabajo, no tengo ni comida. Respeto a El líder como el que más, pero no puedo dormir en otro lado que no sean estas calles.

—Así que no tienes dinero ni para comer, ¿Verdad?

—Así es señor…—asintió el hombre.

—¿Entonces cómo has comprado esa botella?—Señaló una botella de vodka que intentó esconder malamente.

—¿Eso?—El indigente se alarmó—Es para entrar en calor señor, hace mucho frío…

—¿Y cómo lo has conseguido si no tienes dinero ni para comer?

No contestó. Se quedó con los ojos bien abiertos. No sabía ya qué poder contestar. El cabecilla hizo un gesto a sus chicos. Éstos se avalanzaron sobre el hombre, cogiéndolo de los hombros.

—¡Puto borracho! ¡La has robado! ¡Eres basura!—Le gritó al agarrado preso— ¡Y la basura tiene que estar con la basura!

Los muchachos, entendiendo lo que quería decir, abrieron la tapa del contenedor y tiraron al indigente dentro.

—Jimmy—Llamó a unos de sus secuaces—, coge la botella de whisky que tenía el desgraciado éste y toma esto— Puso en su mano una caja de fósforos—. A ver qué se te ocurre.

—Sí, señor comisario—Contestó con una sonrisa maquiavélica.

Se acercó a la basura donde estaba el mendigo que había perdido el conocimiento. Pero cuando el tal Jimmy empezó a echar sobre él el alcohol de su botella, se despertó. No sabía muy bien lo que iba a hacer hasta que le vio encender una de las cerillas que le habían dado.

—¡NO! ¡POR FAVOR, NO!—Imploraba con lágrimas. El terror más profundo se apoderó del pobre.

—Eres escoria en la tierra de nuestro líder. No te mereces vida terrenal…

Con completa tranquilidad tiró la cerilla. Se formó una llamarada, quemando todo lo que había en el contenedor, incluido el mendigo, a quien sólo se le escuchó un corto grito agónico, pues el fuego no tardó en calcinarle.

El comisario ya se había ido a la avenida principal y se encendió un cigarrillo mientras se apoyaba en la moto.

Aún el toque de queda estaba en vigor. Quedaban aún muchas horas para que los temerosos súbditos saliesen de sus casas y empezase la rutina de una ciudad viva a la que obligaban morir por la noche.

miércoles, 10 de abril de 2013

Vivo endemoniado, muerto santo


La vida de cada ser humano tiene tres ciclos: Nacer, crecer y morir. Cuando nace la persona no se ha desarrollado, sólo sabemos dónde nació, quizás haya nacido en una familia media europea o en una aldea pobre del Congo. El lugar de nacimiento, sin lugar a dudas, determinará cómo será el crecimiento.

El crecimiento no sólo es físico, sino también mental. Una persona desde que nace hasta que muere está en continuo crecimiento. Aprende cada día todo lo que necesita para su vida. Cada día en el mundo es una lección que podemos aprobar o suspender.

Finalmente el ser humano llegará al último punto de su vida la muerte. La muerte puede ser pasajera o duramente agonizante, nadie sabe si habrá algo más allá o si ya hemos acabado como seres materiales y el alma es tan sólo una invención de nuestra actividad mental.

El morir es la mayor tragedia que puede haber en nuestra sociedad, aunque estemos rodeados por ella continuamente. Todos morimos por el simple hecho de haber estado vivos. Da igual que hayamos sido la persona más poderosa del mundo, tu día finalmente llegará.

Cuando alguien muere se le suele sacar todo lo bueno, aunque no lo haya, sin caer en lo malo. Si era un timador se convierte en alguien honrado, si era un putero se convierte en una persona cariñosa o  si fue infiel se convierte en un padre de familia.

En el mundo de la información es fácil saber rápidamente cuándo ha fallecido un personaje conocido. Cuando éstos mueren los medios y los personajes públicos hacen lo mismo que todos: Ensalzar al personaje caído, fuese quien fuese.

Se pone en un altar cualquier personaje, sólo no se les ensalza si fueron asesinos o dictadores. Pero si hiciste otras cosas nada buenas, no pasa nada se te ensalzará. Así en política tenemos decenas de ejemplos de personas que en vida fueron auténticos diablos, pero que en muerte se les convirtió en santos.

Sí, pueden decir que Margaret Thatcher fue una gran reformista. Y es verdad que fue una gran reformista, se cargó el sistema sanitario británico privatizando muchos servicios. También produjo muchísimo desempleo en sector minero con su ‘afán reformista’. No se dice que esa privatización de hospitales supone ahora un aumento en la mortalidad de los británicos debido al detrimento de la calidad de éstos.

Se ha vanagloriado la figura de Manuel Fraga hasta el límite: Era uno de los grandes de la transición, gracias a él la democracia fue posible…  Ya que alguien ponga en un pedestal a un hombre que fue ministro de Franco me produce risa. Si se adhirió a un sistema democrático fue porque vio que no le quedaba ninguna otra salida. Renovarse o morir, se podría decir.

Porque si alguien no me gustó en vida tampoco la tendré cuando llegue a su muerte. Quizás le rinda cierto respeto, pero nunca culto. Mentir para intentar dejar a esa persona en buen lugar cuando él no lo hizo, es una hipocresía que se produce sin razón de ser. Cada uno sabe lo que hace y cuando deje este mundo ya se hablará de él y cómo realmente era.

martes, 9 de abril de 2013

1936, un día después


Un café del centro, de aquellos en los que la gente con dinero se tomaba un carajillo o un café mientras  gozaban de una buena conversación. Era fácil ver a ilustres personajes de la vida pública dentro de aquel lugar. Estaba cercano al congreso y a veces se veía algunos políticos como Azaña o Alcalá Zamora. Hoy estaba bastante más vacío que en cualquier otra ocasión. Podía deberse por el calor asfixiante de Madrid a principios de Julio que inundaba cada año o que la gente prefería irse a tomar una bebida bien fresca en una terraza, pero no. El motivo del vacío de los locales y el revuelo en las calles se debía a una noticia llegada desde África.

El ejército se había sublevado en Melilla. Un tal general Mola había ordenado ocupar por la fuerza la ciudad. Era oficial, habían dado un golpe de estado.

Sólo había allí, a parte del camarero, un hombre con sotana, que bebía una copa de vino mientras que parecía que esperaba a alguien. De pronto entró otro por la puerta de una manera agitada. Llevaba un traje gris con coderas y la corbata desabrochada. Se dirigió a la mesa donde , tal y como parecía, le estaban esperando.

—Ya creía que no ibas a venir—Tenía cierto rintintín en su voz. Molesto por la tardanza.

—Sí, lo siento las calles están llenas de gente, es muy difícil avanzar—Se acaba sentando y pide al metre que le traiga un whisky, mientras saca de un pequeño estuche de plata un cigarrillo—. Ya sabías lo que ha pasado, ¿verdad?

—Claro. Lo raro es no saberlo, sale en todos los periódicos. No hay otro tema de conversación.

—No me refería a que si te habías enterado ahora, me refiero a si ya los sabías de antes—Le dijo mirando fijamente a sus ojos.

—No sé de qué me hablas—Contestó ofendido—. Soy un humilde cura de una parroquia de Fuencarral, no debo por qué saber esas cosas.

—Un humilde cura que tiene una silla permanente en la mesa del obispado—Recuerda con tono acusador— y tanto tú como yo sabemos  ,que aunque aún no se han pronunciando, tu institución está  a favor del golpe.

Jorge, que era como se llamaba el cura se quedó cabizbajo, pensante de una respuesta lógica que pudiese derribar lo que el otro creía. Finalmente miró hacia los lados y empezó a hablar entre susurros.

—Vale sí, lo sabía. Lo sabíamos todos, fue comunicado hace unos meses en una reunión en la que vino un general a una de las reuniones, un tal Francisco.

—¿Francisco Franco?—Preguntó con aires de interés.

—Sí creo que se llamaba así, me acuerdo de que tenía acento gallego—Entonces cayó en que a lo mejor estaba hablando demasiado—. Un momento… ¿Por qué quieres saber eso Daniel?

—¿Que por qué lo quiero saber?—Se enfadó y elevó el volumen en contraposición del nivel de voz que su interlocutor utilizó en todo momento—Te recuerdo que soy diputado socialista y para colmo formo parte del gobierno. Quiero saber lo máximo posible.

—Así que tus líderes os han dado la voz de aviso….

—No, para nada. Ellos creen que podrán parar el golpe fácilmente, pero yo no estoy tan seguro. Y menos cuando me has dicho que Franco habló con vosotros.

Jorge mostró una tímida sonrisa en su rostro. Daniel no estaba seguro a qué se debía aquella mueca.

—A mí me pareció un buen hombre. Muy correcto a mi parecer—Le rebatió mientras esa extraña sonrisa permanecía exacta.

—Ese hombre es un maldito desgraciado. Llevaba el cuartel de Zaragoza y cuando la república decidió cerrarla al parecer no se lo tomó bastante bien….

—Pues ese maldito desgraciado os está dando una buena en Melilla hoy y seguro que mañana ya se han hecho con todas las colonias—Dejó el cuidado en sus palabras para poner sobre el asador todo lo que pensaba.

—¿Tú también estás a favor del golpe?—El camarero se asustó dando un salto. A partir de eso momento no hubo más que gritos—¿¡No ves que va a morir gente?

—Vaya, ahora la gente es algo que importa. ¿Qué pasa que cuando tus amigos los anarquistas nos mataban a los curas y las monjas las muertes no importaban? ¿Por qué la república no hizo nada? ¿O es que acaso nosotros no somos personas?

—Sabes que cuando pasó éso la república no tenía apenas poder—Enrabiado le contestó apretando los dientes que parecía que se iban a estallar en cualquier momento—. La república ha mirado por el pueblo y ha puesto escuelas y llevado la educación donde antes no la había.

—Ésa es otra, encima nos ha echado de nuestros colegios. ¿Ahora cómo los niños van a conocer la palabra del Señor si sólo se les enseña herejías?

—¡No se les enseña herejías! Se les enseña matemáticas, ciencia, literatura, historia… cosas realmente útiles y no mitos de un tal Dios que nadie ha visto.

Jorge se quedó callado. Estaba dolido por lo que había dicho, se acababa de meter con sus creencias más profundas, por aquellas con las que se ha casado de por vida.

—Lo siento de verdad—Daniel intentó suavizar lo que había dicho. Sabía que se había sobrepasado con las palabras—, lo siento mucho… Me conoces, sabes que respeto cualquier fe, aunque no crea en ello.

—Tranquilo—Estaba molesto, pero intentaba ser comprensivo—. Han cambiado mucho las cosas desde que éramos niños...

—Demasiadas…—Afirmó fijando su vista a su copa de whisky—No sé qué será de nosotros, ni si podremos volver a vernos…

El silencio se adueñó del bar. El camarero, aún en alerta, estaba más calmado y empezó a limpiar la barra con un trapo un tanto mohoso. Los dos hombres parecían dos muchachos enfadados que acababan de hacer las paces. Se sentían arrepentidos por estar así cuando en otros tiempos habían sido mejores amigos.

—Daniel…—Empezó a hablar el cura con carácter conciliador— Tienen demasiados apoyos. Sé que no será de un día a otro lo que tardarán en hacerse con el país, pero la lucha será cruenta y me juego el cuello a que Madrid dentro de poco se formará un polvorín.

—¿Cómo puedes estar seguro de que todo vaya a ir así?

—Los dos sabemos que la república tiene a la mayoría del pueblo a su lado, pero una minoría poderosa, en la que me incluyo, queremos que se acabe cuanto antes… Ya sé que crees que esa minoría no acabará tumbando a todo un estado, pero yo no estaría tan seguro.

—No sé qué pensar—Negaba con la cabeza mientras cerraba profundamente sus ojos—, la situación es horrorosa y no se vaticina buena.

—Sólo te pido una cosa—Continuó Jorge—, si las cosas se ponen feas vete del país. Prométeme que si el bando nacional llega a Madrid, te irás a Francia, a Sudamérica o   a dónde quieras, pero por favor no te quedes aquí…

—No puedo irme, tengo que luchar por mi pueblo, ellos me han elegido. Sería escupir sobre mis ideales.

—¡Te matarán!

La advertencia resonó en la sala y en la cabeza de Daniel retumbó la idea de su muerte. Los seres humanos no podemos temer a algo más que no sea el fin de nuestra existencia y aún más cuando no creemos en la existencia de algo más. Pero aún así intentó quitarle el hierro al asunto.

—Pues si me matan, dile a San Pedro que me meta en el cielo, que aunque sea un rojo de mierda, mi madre era una devota católica que su fe al menos valía por dos.

Jorge se empezó a reír, aunque lo que hubiese dicho fuese una barbaridad y  tal vez una ofensa según quién lo escuchase.

—Siempre tan convencido de todo, ¿Nunca cambiarás verdad?

—Ya sabes que no…—Dijo con una sonrisa.

Acabaron el encuentro riendo y recordando viejos tiempos. Aquellos en los que ambos eran muy buenos amigos. Pero la entrada de Jorge al seminario y la afiliación de Daniel a las juventudes socialistas fueron el inicio de la separación de aquellos dos viejos amigos.
Ya no sabía qué pasaría en el futuro, ni se verían alguna otra vez o si una guerra feroz les acabaría separando, pero nada importaba, mañana sería otro día y ya habría tiempo para enfrentarse a la situación.

domingo, 7 de abril de 2013

Señor Juan Carlos, yo no le voté

Carta para su Majestad el Rey Don Juan Carlos Alfonso Víctor María de Borbón y Borbón-Dos Sicilias:



Su querida majestad, le escribo esta carta aunque sé que usted nunca la leerá ni escuchará hablar de ella, para decirle con franqueza lo que dudo que alguien de su entorno le haya dicho en su vida.
Le contaré algo sobre mí, soy un ciudadano español de diecinueve años de edad. Mi país, el reino que usted preside, está sumido en la miseria. Muchos ciudadanos están deprimidos, están ahogados en el trabajo por miedo a que les despidan o ya han sido despedidos. Mucha gente no puede pagar sus hipotecas y se han quitado la vida al no ver ninguna salida.

Muchas personas jóvenes se han tenido que ir de España para conseguir trabajo fuera. Médicos, ingenieros, enfermeros, arquitectos... gente con una cualificación excelente se larga cada día fuera de España para buscar un trabajo fuera. No sé si dentro de unos años yo mismo también me tendré que ir de este país. Más de la mitad de la gente joven que quiere trabaja está día tras día en las colas de las oficinas de empleo o en oficinas de cualquier ETT sin encontrar ningún trabajo. Nada me dice que yo vaya a encontrar empleo si gente mucho mejor preparada no consigue ni un puesto de camarero.

La desesperación se expande por las calles de las ciudades y los pueblos. Tanto este gobierno como el anterior no han ayudado al ciudadano. La anterior legislatura el ahora ex-presidente hizo una reforma laboral que no hizo más que agravar la situación de desempleo quitando derechos a los trabajadores. Hubo elecciones, el partido que hizo estas reformas cayó en picado y el partido ganador obtuvo la mayoría de los votos. Su programa electoral era confuso y muchos no nos fiábamos de lo poco que prometían, pero otra gente creyó de buena fe en ellos y les votaron.
Por desgracia, nos engañaron a todos. Lo que prometían era mentira y el presidente del gobierno entrante no ha hecho otra cosa que no haya sido ensañarse con los que tenemos menos culpas.
El estatuto de los trabajadores fue de nuevo corrompido, arrancándonos de golpe todos esos derechos que durante cuarenta años se había conseguido muy dura y lentamente. Además tocaron pilares como la sanidad y la educación. Empezaron a derribar servicios imprescindibles para el desarrollo de cualquier persona por medio de privatizaciones y recortes, mientras que los impuestos no dejan de subir.

Si ésto no fuera poco, ahora también sabemos que el partido en el gobierno ha estado pagando sobresueldos a sus dirigentes como puede ser el presidente. Según ellos, todo es mentira y no se trata de otra cosa que difamaciones, pero, su majestad, nos han mentido tanto mientras se veía que todo era falso que ya nadie les cree.
En la oposición también tienen lo suyo, supongo que se habrá enterado del caso de los ERE o del supuesto trato de influencias del ex-ministro de Fomento.

Usted verá lógico que piense que tendría que haber elecciones anticipadas, primero por hacer cosas que no ponían en su agenda y segundo por los casos de presunta corrupción. Pero me temo que no será así y tendremos que esperar a las próximas elecciones dentro de dos años, aunque no sé qué será de nosotros dentro de tanto tiempo.



Usted y su familia también tienen algunos problemillas con la ley. Voy a omitir sus viajes a Botsuana para matar elefantes con dinero público o sus escarceos románticos con una tal Corinna, para centrarme en algo muchísimo peor. Su yerno, el Duque de Palma, está imputado en un caso de corrupción. Al parecer sacó lucro, y bastante, de una fundación que al parecer no tenía. Sé que usted está al tanto acerca del tema, bueno lo estaba antes que todos los españoles.

Porque estaba al tanto, cuando se enteró, llamó a la primera empresa de telecomunicaciones del país para que colocasen a su hijo político lo bastante lejos para intentar que no saliese a la luz todo lo que se había llevado. Me parece normal que un hombre se preocupe por su yerno y sobre todo por su hija, que hoy por cierto está llamada a declarar en los juzgados. Me parece normal que cualquier persona lo haga, siempre que no ocupe un cargo público y mucho menos sea el jefe del estado y de las fuerzas armadas.

Espero que sea consciente de que no ha obrado bien para el país. Su institución es de las peores valoradas ahora mismo, sobre todo entre los jóvenes. La mayoría no cree en la monarquía, no se fía de ella. Por cierto, espero que le haya dado las gracias al señor Rajoy por quitar en las próximas encuestas del CIS la valoración sobre su persona.

Por ello, ya explicado todo lo que le tenía que contar, le cuento el objetivo de mi carta.
Tal como está todo le pido que solicite un referéndum. Ni el PP, ni el PSOE harán un referéndum si no es su institución la que se la pide.

Yo no voté, ni siquiera mis padres, la actual constitución, en la que aprobaba un conjunto de normas, que incluía entre ellas la monarquía como la forma de estado. Además de ello, me parece un poco tramposo que se le pida a personas que han vivido durante décadas si constitución democrática sí o constitución democrática no, sin pasar por una consulta anterior donde se preguntase qué tipo de estado se desea.

Si pide el referéndum y en éste sale que la mayoría de la población le quiere, enhorabuena, continúe en su puesto, pero si el pueblo le dice que no le quiere y que desea elegir al jefe del estado democráticamente usted se tendrá que ir. Pero se irá como un auténtico caballero ,con una fortuna cultivada durante años lo suficientemente razonable como para que varias de sus generaciones vivan cómodamente sin necesidad de trabajar, y no como una garrapata que chupó de la sangre de su país hasta el momento en el que se hartaron de él y le tuvieron que echar de malas formas.



martes, 2 de abril de 2013

Compro oro, vendo oro


Cogió las pulseras y collares que la mujer depositó debajo de la ventanilla. El dependiente cogió las joyas con cuidado y las observó minuciosamente. Después puso sobre un peso todo aquello. En total eran diez gramos de oro.
—Ten en cuenta que este oro no es muy bueno y parte de él es plata bañada—Mintió, consciente de ello, pero que le obligaban decir. —, así que como mucho te puedo dar cien euros.

La mujer se quedó cabizbaja, pensando en qué hacer. Ya no era sólo por el valor económico que realmente tuviesen esas joyas, sino porque también tenían un valor sentimental muy grande. El anillo de casada de su madre, una pulsera de su hija de bebé donde quedaba grabado sobre el oro unas letras que componían el nombre “Clara”, un collar que su abuela en vida le regaló o su propio anillo de casada, que aunque su matrimonio con su marido hacía mucho que se fue a pique, para ella siempre guardaría buenos recuerdos que vivió con ese hombre que un día amó.

—Vale, dámelo… —Contestó sin pensarlo más. No podía hacer otra cosa. Con sólo ver la cara del hombre sabía que se trataba de un timo. Necesitaba ese dinero. Era una humilde limpiadora venida a menos. Siempre le costó todo más que al resto.

Limpiaba y planchaba en casas de gente que se podía permitir tener a alguien que le hiciese la colada. Por desgracia, todo era una funesta farsa. Ellos no podían permitirse todo a lo que anteriormente accedieron. El todoterreno, el chalet en las periferias, el apartamento en la playa y los cruceros por el mediterráneo eran tan sólo bienes virtuales que hipotecas y créditos rápidos, de aquellos que anunciaban ser  pagables en cómodas cuotas, les habían permitido.

Un día todo el sueño se fue a pique. Los pagos se amontonaban y los bancos dejaron de ser sus amigos para convertirse en su peor pesadilla. Se quedaron sin trabajo, sus negocios iban de mal en peor o les rebajaban los sueldos. De todo lo que tenían, sólo se podían deshacer de lo único de lo que podían: La asistenta.

Primero fue una familia, después otra, hasta que su número de clientes se quedó en cero. Como casi todas las ‘chachas’ no tenía ningún tipo de contrato, la relación empresario-trabajador no constaba en ninguna parte y todo el dinero que ganaba estaba limpio, sin impuestos, era totalmente en negro. Por ello, ella no cobraba ningún tipo de prestación por desempleo. A lo único que podía acceder era a un mísero subsidio de cuatrocientos euros, pero ni la deshumanizada burocracia le concedió éso.

A su hija adolescente la tuvo que desproveer de todos los caprichos que ella le había podido conceder con la fuerza de su trabajo a lo largo de los años. Al principio no lo entendía, hasta que se dio cuenta de la crudeza de la situación cuando vio a su madre romper a llorar un día en su habitación frente un montón de facturas, mientras ella se encontraba apenada y avergonzada por la actitud arrogante que había tenido con ella.

Intentaba estirar como podía la minúscula pensión de trescientos euros que le daba su ex-marido.  Por suerte la casa era de su propiedad y no le debía nada al banco. Mas las facturas del agua y la luz seguían viniendo y las constantes subidas de precio de estos bienes básicos la ahogaban más incluso de lo que ya estaba. Tenía unos pequeños ahorros y tiraba con ellos para poder de una manera un poco más holgada, si es que se podía.

El frigorífico de su casa, aunque ya guardaba pocos alimentos, estaba desde hace un tiempo enfriando menos y el motor trabajaba ya a marchas forzadas. No tardó en estropearse. Tuvo que ir corriendo a comprar otro. Casi se marea al ver el precio de éstos. No le quedaba otra, ya tenía que gastarse un sufrido dinero en la comida como para dejar que se estropease. Será una inversión a largo plazo, pensó.
El refrigerador se comió sus ahorros y el dinero de la pensión. No le quedaba nada.

Qué paradoja, se había gastado dinero en una nevera que no era capaz de llenar. No le quedaba otra vía, pero no les quedaba comida y aún eran mediados de mes. Faltaba mucho para que el odiado padre de su hija les pasase el dinero tan necesitado. Le podría pedir algo prestado. A él no le importaría, pero no quería rebajarse. No quería que aquel que un día echó de su casa creyese que ahora le necesitaba. Así que comiéndose su orgullo y mirando a los lados para que evitar que nadie la viese, entró al Compro Oro de su barrio con las alhajas de su familia. Aquella familia de ya sólo dos miembros a la que daría de comer de cualquier manera.

—Dame tu DNI— Le dijo el cajero con asco. Era un niñato probablemente sin estudios al que le habían enseñado cuatro cosas y que se creía más que la gente que allí iba, aunque él no hubiese logrado nada en su vida y cobrase el salario mínimo.

Le pasó por debajo del cristal que los separaba su carné de identidad.
—Vale, ya está todo—Le pone por debajo dos billetes de cincuenta y su DNI de vuelta.
Le podrían haber dado más dinero en otro sitio, pero no quería pasar a un lugar igual y pasar otra terrible situación como la que había acabado de pasar. Se sentía como si la hubiesen destripado.

Salió del local con los ojos llorosos intentando parar unas lágrimas que expresaban el dolor de alguien que sin haber hecho nada a nadie, la vida la estaba machacando a cada instante. Sólo deseaba que viniesen momentos mejores y que nunca tuviese que volver a vivir el mal sueño de ahora.