martes, 23 de abril de 2013

Vacaciones en el norte (8) "Mañana en la playa"

Esa mañana me apetecía ir solo a la playa. A nadar y desconectar. Deseaba que la sal del mar sobre mi cuerpo absorbiese los malos recuerdos que hacía un día había vuelto a relucir. Aún era pronto. Todavía sentía que era pronto para hablar de las cosas con total naturalidad. Para hablar de él como si fuese un mero apartado de mi vida.

El agua del cantábrico estaba helada. Eso me resultaba indiferente. Era de aquellos urbanitas de secano que pensaban que por una vez al año que tenía cerca la playa, tenía que zambullirme en el mar, aunque éste tuviese placas de hielo. Por suerte no había oleaje y se podía nadar con completa tranquilidad. Nadaba hasta donde dejaba de hacer pie y me volvía a alguna zona donde tocase la arena.

Hacía un buen día, pero en la playa no había ningún alma, excepto la mía. Por otra parte, era lógico. Eran tan sólo las nueve de la mañana.
En una zona del levante a estas horas ya habría abuelillos colocando las sombrillas para coger aparcamiento en el posterior hacinamiento de cuerpos sobre la arena. Pero éso no era levante. Allí las cosas funcionaban de manera muy distinta. La vida era más tranquila. No tenían prisa para hacer las cosas, pero tampoco pausa. Era gente serena que sacaba tiempo para todo, pero sin sustituir nada por sus funciones diarias.

En el mar, siempre se me ralentizaba el tiempo. No sabía si habían pasado tres horas, como creía, o tan sólo cuarenta minutos, que era el tiempo que realmente había pasado. Las yemas de mis dedos empezaban a estar rugosos. Eso era señal de que al menos ya llevaba un cuarto de hora.

La soledad completa ,de la que realmente estaba disfrutando, finalmente se vio interrumpida. Vi a un recién llegado a la arena. Era un chico, o eso me parecía. Sin las lentillas mi miopía no me permitía enfocarle. De repente aquel que estaba viendo, se fijó en mí y me saludó. Por pura cortesía, le devolví el saludo. Quien fuese, al parecer, me conocía. Pero seguía desconociendo quién era.

Se descalzó y se quitó la camiseta, quedándose en bañador, el cual estaba sirviéndole también de pantalón. Sin importarle lo frío que podría estar el agua, se zambulló en el mar. Fue nadando hacia mí. Cuanto más se acercaba, podía definir mejor su  rostro, hasta que estuvo lo suficientemente cerca como para reconocerlo. Era Micael.

Hacía mucho tiempo que no coincidíamos. Desde esa conversación en esa misma playa, no  habíamos hablado. Habíamos coincido en el pueblo, o habíamos estado con más gente. A lo mejor habíamos intercambiado algún saludo o algunas palabras, pero nada más.

—¡Leo! ¿Qué haces aquí?—Preguntó mientras se acercaba donde estaba.

—¿Qué pasa que aquí sólo te puedes bañar tú?—Contesté, intentando hacerme el ofendido a modo de gracia.

—¡Eh, eh! Que lo preguntaba porque me parece raro verte aquí tan pronto.

—Es que hacía buen día y como me he despertado pronto, no tenía nada mejor que hacer.

—Qué suerte. Yo suelo venir muchos días a esta hora. Acabo de venir del barco con mi tío y ya apenas tenemos jaleo.

—Vaya… ¿Qué cansado no?

—Sí, pero ya sabes, es lo que me ha tocado—Se resignó.

—Entiendo…

Brevemente cambió de tema como si le fuese la vida en ello. Creo que tenía demasiadas cargas y no le gustaba recordarlas a cada instante.

—Bueno, cuéntame. ¿Ha caído ya alguna chica?

—Jajajajaja , no—Me reí, intentando o al menos deseando que la conversación se desviase de rumbo.

—Vaya, eso sí que me parece raro. Un chico nuevo y de ciudad siempre resulta algo atractivo.

En realidad, él tenía mucha razón y así les tendría que resultar a las chicas de allí. Me habían tirado bastante los tejos. Pero las evitaba de manera descarada a todo aquella que lo hiciese. Si hubiese estado Roberto, ya todos sabrían que era gay. Pero no era así y estaba sólo. Así que prefería que nadie, excepto Mara lo supiese. Era gente simpática, pero estaba seguro de que nunca habían conocido a alguien como yo y ,la verdad, desconocía completamente cuál podría ser su reacción.

—Bueno, ya sabes, no siempre es todo tal y como pensamos—Sentencié.

—Así es la vida, dicen—Me sonrió.

—¿Y tú?—Le pregunté, sabía lo de la chica con la que estuvo, la llorona. Quien se largó del pueblo cuando él la dejó.

—Tampoco es que tenga mucha suerte—Rió.

—No me lo creo—Le rebatí—. Ya he visto cómo te miran las chicas y no son miradas de simple amistad.

—Vale me has pillado—Volvió a reír—. Estoy demasiado ocupado con el trabajo.

—Ya, ya… ¿Y tus salidas del pueblo de días?—Le solté de una manera demasiado directa. No lo tendría que haber hecho, porque ya sabía que me habían hablado de él.

—Bueno, creo que eso a ti no te importa—Me dictó tajantemente.

—Sí tienes razón, lo siento. —Paré de nadar. Me había pasado y no tenía motivo para ello. Me sentí fatal. Él me había tratado siempre genial y parecía ser una persona.

—Tranquilo, tranquilo. Perdóname. No debería haber tenido esa reacción. Soy un poco tonto—Me sonrió y le devolví la sonrisa.

Me pareció muy extraña su reacción, pero me había pasado con él. Afortunadamente, creo que vio que mis palabras no poseían ningún tipo de maldad.

—Voy a tenerme que volver al  trabajo, ya se me hace tarde—dijo mirando al reloj,

—Yo también voy a salir a tomar un poco el sol.

Salimos ambos del agua. Yo me tiré en mi toalla. Él, todavía empapado, se puso la camiseta y las sandalias.

—Hasta luego Leo. Ya nos veremos—Me mostró otra de sus sonrisas y se fue corriendo.

—Había algo en él que me gustaba mucho.

Me resultaba extremadamente atrayente. Pero al mismo tiempo me tenía que decir “Leo, para el carro y deja de fantasear”. Al final me limitaba a pensar que era una persona que a cualquiera, tan sólo por su personalidad, le tendría que resultar interesante.


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