Las “reuniones” en la playa se habían multiplicado desde
finales de julio. Ya todos estaban de vacaciones. Extrañamente, los días
asturianos se estaban convirtiendo extremadamente calurosos. Le tendríamos que
dar las gracias al cambio climático de aquel atípico tiempo que permitía nuestra
vida se estuviese basando en barbacoas, juegos y botellones sobre la arena.
Desde lo que vimos, nuestra relación con Luz había cambiado.
Le conté a Mara el encontronazo que tuve y lo que le dije. Le pareció bien y no
habló con ella. La situación era muy fría. Menos mal que nos juntábamos los
suficientes como para que se pudiese hablar con otras personas sin que se
notase la tensión.
Cuando el sol ya caía empezamos a beber y a fuma de la
cachimba de Mara. Allí también estaba Micael, tan atractivo y amable como
siempre. Hoy la sisa me sabía diferente. A la quinta calada me comencé a sentir
un poco mal.
—¡Hostia! ¡Qué raro me encuentro! ¿Qué coño le habéis metido
a esto?
En vez de decirlo se echaron a reír. Le habían echado
marihuana. Estaba demasiado ido y ellos también como para echarles la bronca. No
me gustaban esas cosas y ellos lo sabían. Lo habían hecho con mala intención.
Empecé a alucinar con todo lo que pensaba.
—Joder, ¿Qué sería antes el huevo o la gallina?—Se estuvo
preguntando Mara.
—¡Pues el huevo!—Saltó Laura.
—¡Pues no, tuvo que ser la gallina!—Vociferé.
—¿Y cómo puedes estar tan seguro?—Me preguntó.
—Joder, pues no lo sé…
Estuvimos así horas. Me entró un hambre atroz por la maría,
por suerte teníamos chuches que no comimos, sino engullimos. De repente, sonó
mi móvil cuatribanda. En cuanto lo saqué todos se empezaron a reír.
—¡Pero qué pepino!
—¡Joder! ¡Y yo creía que mi móvil era una mierda!
—¡Si eso no tiene ni cámara! ¡Vaya con el de la capital!
Les pedí silencio, quería contestar. No me hicieron caso, así
que me alejé un poco, o más bien me arrastré a una zona menos ruidosa de la
playa.
—¿Diga?—Pregunté. No sabía quién era, ni había mirado el
nombre.
—¿Leo? ¿Estás bien?—Ésa
voz la conocía demasiado. Se trataba de Roberto. Me quedé en blanco, estaba
demasiado colocado como para enfrentarme a él.
—Leo, por favor,
contesta…—dijo Roberto de nuevo tras mi silencio.
—Sí, sí. ¿Qué quieres?— Dije sin apenas fuerzas para hablar.
—No sé que quería
hablar contigo desde hace un tiempo.
—¿De qué?
—De nosotros, Leo, de
nosotros…
Me quedé paralizado, pero mi corazón seguía hablando por mí. Sentía odio y rabia. No quería nada
de él. Por qué me tenía que llamar y justo hoy. El único día de mi vida que había
estado emporrado.
—Mira, que te jodan. O mejor dicho, que te joda tu novio.
Le colgué. La situación y mi situación me superaban, ya no
podía más. Me derrumbé y rompí a llorar. A continuación, Micael vino a por mí.
Me pregunté qué me pasaba, pero ni le contesté. Sólo había lágrimas.
Me llevó a mi casa y me dejó con mucho cuida en la cama
donde en el instante de tocar el colchón, caí rendido en los brazos de Morfeo.
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