viernes, 26 de abril de 2013

Vacaciones en el norte (9) "Seis de agosto"

Ya era seis de agosto. Sin reparar en ello, ya había pasado un mes desde que estaba allí. Tazones había convertido mi hogar. Un hogar que a falta de familia, estaba lleno de amigos.
Las “reuniones” en la playa se habían multiplicado desde finales de julio. Ya todos estaban de vacaciones. Extrañamente, los días asturianos se estaban convirtiendo extremadamente calurosos. Le tendríamos que dar las gracias al cambio climático de aquel atípico tiempo que permitía nuestra vida se estuviese basando en barbacoas, juegos y botellones sobre la arena.

Desde lo que vimos, nuestra relación con Luz había cambiado. Le conté a Mara el encontronazo que tuve y lo que le dije. Le pareció bien y no habló con ella. La situación era muy fría. Menos mal que nos juntábamos los suficientes como para que se pudiese hablar con otras personas sin que se notase la tensión.

Cuando el sol ya caía empezamos a beber y a fuma de la cachimba de Mara. Allí también estaba Micael, tan atractivo y amable como siempre. Hoy la sisa me sabía diferente. A la quinta calada me comencé a sentir un poco mal.
—¡Hostia! ¡Qué raro me encuentro! ¿Qué coño le habéis metido a esto?

En vez de decirlo se echaron a reír. Le habían echado marihuana. Estaba demasiado ido y ellos también como para echarles la bronca. No me gustaban esas cosas y ellos lo sabían. Lo habían hecho con mala intención. Empecé a alucinar con todo lo que pensaba.
—Joder, ¿Qué sería antes el huevo o la gallina?—Se estuvo preguntando Mara.

—¡Pues el huevo!—Saltó Laura.

—¡Pues no, tuvo que ser la gallina!—Vociferé.

—¿Y cómo puedes estar tan seguro?—Me preguntó.

—Joder, pues no lo sé…

Estuvimos así horas. Me entró un hambre atroz por la maría, por suerte teníamos chuches que no comimos, sino engullimos. De repente, sonó mi móvil cuatribanda. En cuanto lo saqué todos se empezaron a reír.

—¡Pero qué pepino!

—¡Joder! ¡Y yo creía que mi móvil era una mierda!

—¡Si eso no tiene ni cámara! ¡Vaya con el de la capital!

Les pedí silencio, quería contestar. No me hicieron caso, así que me alejé un poco, o más bien me arrastré a una zona menos ruidosa de la playa.

—¿Diga?—Pregunté. No sabía quién era, ni había mirado el nombre.

—¿Leo? ¿Estás bien?—Ésa voz la conocía demasiado. Se trataba de Roberto. Me quedé en blanco, estaba demasiado colocado como para enfrentarme a él.
—Leo, por favor, contesta…—dijo Roberto de nuevo tras mi silencio.

—Sí, sí. ¿Qué quieres?— Dije sin apenas fuerzas para hablar.

—No sé que quería hablar contigo desde hace un tiempo.

—¿De qué?

—De nosotros, Leo, de nosotros…

Me quedé paralizado, pero mi corazón seguía hablando  por mí. Sentía odio y rabia. No quería nada de él. Por qué me tenía que llamar y justo hoy. El único día de mi vida que había estado emporrado.

—Mira, que te jodan. O mejor dicho, que te joda tu novio.

Le colgué. La situación y mi situación me superaban, ya no podía más. Me derrumbé y rompí a llorar. A continuación, Micael vino a por mí. Me pregunté qué me pasaba, pero ni le contesté. Sólo había lágrimas.
Me llevó a mi casa y me dejó con mucho cuida en la cama donde en el instante de tocar el colchón, caí rendido en los brazos de Morfeo.

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