Un café del centro, de aquellos en los que la gente con
dinero se tomaba un carajillo o un café mientras gozaban de una buena conversación. Era fácil
ver a ilustres personajes de la vida pública dentro de aquel lugar. Estaba
cercano al congreso y a veces se veía algunos políticos como Azaña o Alcalá
Zamora. Hoy estaba bastante más vacío que en cualquier otra ocasión. Podía
deberse por el calor asfixiante de Madrid a principios de Julio que inundaba
cada año o que la gente prefería irse a tomar una bebida bien fresca en una
terraza, pero no. El motivo del vacío de los locales y el revuelo en las calles
se debía a una noticia llegada desde África.
El ejército se había sublevado en Melilla. Un tal general
Mola había ordenado ocupar por la fuerza la ciudad. Era oficial, habían dado un
golpe de estado.
Sólo había allí, a parte del camarero, un hombre con sotana,
que bebía una copa de vino mientras que parecía que esperaba a alguien. De
pronto entró otro por la puerta de una manera agitada. Llevaba un traje gris
con coderas y la corbata desabrochada. Se dirigió a la mesa donde , tal y como
parecía, le estaban esperando.
—Ya creía que no ibas a venir—Tenía cierto rintintín en su
voz. Molesto por la tardanza.
—Sí, lo siento las calles están llenas de gente, es muy
difícil avanzar—Se acaba sentando y pide al metre que le traiga un whisky,
mientras saca de un pequeño estuche de plata un cigarrillo—. Ya sabías lo que
ha pasado, ¿verdad?
—Claro. Lo raro es no saberlo, sale en todos los periódicos.
No hay otro tema de conversación.
—No me refería a que si te habías enterado ahora, me refiero
a si ya los sabías de antes—Le dijo mirando fijamente a sus ojos.
—No sé de qué me hablas—Contestó ofendido—. Soy un humilde
cura de una parroquia de Fuencarral, no debo por qué saber esas cosas.
—Un humilde cura que tiene una silla permanente en la mesa
del obispado—Recuerda con tono acusador— y tanto tú como yo sabemos ,que aunque aún no se han pronunciando, tu
institución está a favor del golpe.
Jorge, que era como se llamaba el cura se quedó cabizbajo,
pensante de una respuesta lógica que pudiese derribar lo que el otro creía.
Finalmente miró hacia los lados y empezó a hablar entre susurros.
—Vale sí, lo sabía. Lo sabíamos todos, fue comunicado hace
unos meses en una reunión en la que vino un general a una de las reuniones, un
tal Francisco.
—¿Francisco Franco?—Preguntó con aires de interés.
—Sí creo que se llamaba así, me acuerdo de que tenía acento
gallego—Entonces cayó en que a lo mejor estaba hablando demasiado—. Un momento…
¿Por qué quieres saber eso Daniel?
—¿Que por qué lo quiero saber?—Se enfadó y elevó el volumen
en contraposición del nivel de voz que su interlocutor utilizó en todo
momento—Te recuerdo que soy diputado socialista y para colmo formo parte del
gobierno. Quiero saber lo máximo posible.
—Así que tus líderes os han dado la voz de aviso….
—No, para nada. Ellos creen que podrán parar el golpe
fácilmente, pero yo no estoy tan seguro. Y menos cuando me has dicho que Franco
habló con vosotros.
Jorge mostró una tímida sonrisa en su rostro. Daniel no
estaba seguro a qué se debía aquella mueca.
—A mí me pareció un buen hombre. Muy correcto a mi
parecer—Le rebatió mientras esa extraña sonrisa permanecía exacta.
—Ese hombre es un maldito desgraciado. Llevaba el cuartel de
Zaragoza y cuando la república decidió cerrarla al parecer no se lo tomó
bastante bien….
—Pues ese maldito desgraciado os está dando una buena en
Melilla hoy y seguro que mañana ya se han hecho con todas las colonias—Dejó el
cuidado en sus palabras para poner sobre el asador todo lo que pensaba.
—¿Tú también estás a favor del golpe?—El camarero se asustó
dando un salto. A partir de eso momento no hubo más que gritos—¿¡No ves que va
a morir gente?
—Vaya, ahora la gente es algo que importa. ¿Qué pasa que
cuando tus amigos los anarquistas nos mataban a los curas y las monjas las
muertes no importaban? ¿Por qué la república no hizo nada? ¿O es que acaso
nosotros no somos personas?
—Sabes que cuando pasó éso la república no tenía apenas
poder—Enrabiado le contestó apretando los dientes que parecía que se iban a
estallar en cualquier momento—. La república ha mirado por el pueblo y ha
puesto escuelas y llevado la educación donde antes no la había.
—Ésa es otra, encima nos ha echado de nuestros colegios.
¿Ahora cómo los niños van a conocer la palabra del Señor si sólo se les enseña
herejías?
—¡No se les enseña herejías! Se les enseña matemáticas,
ciencia, literatura, historia… cosas realmente útiles y no mitos de un tal Dios
que nadie ha visto.
Jorge se quedó callado. Estaba dolido por lo que había
dicho, se acababa de meter con sus creencias más profundas, por aquellas con
las que se ha casado de por vida.
—Lo siento de verdad—Daniel intentó suavizar lo que había
dicho. Sabía que se había sobrepasado con las palabras—, lo siento mucho… Me
conoces, sabes que respeto cualquier fe, aunque no crea en ello.
—Tranquilo—Estaba molesto, pero intentaba ser comprensivo—.
Han cambiado mucho las cosas desde que éramos niños...
—Demasiadas…—Afirmó fijando su vista a su copa de whisky—No
sé qué será de nosotros, ni si podremos volver a vernos…
El silencio se adueñó del bar. El camarero, aún en alerta,
estaba más calmado y empezó a limpiar la barra con un trapo un tanto mohoso.
Los dos hombres parecían dos muchachos enfadados que acababan de hacer las
paces. Se sentían arrepentidos por estar así cuando en otros tiempos habían
sido mejores amigos.
—Daniel…—Empezó a hablar el cura con carácter conciliador—
Tienen demasiados apoyos. Sé que no será de un día a otro lo que tardarán en
hacerse con el país, pero la lucha será cruenta y me juego el cuello a que
Madrid dentro de poco se formará un polvorín.
—¿Cómo puedes estar seguro de que todo vaya a ir así?
—Los dos sabemos que la república tiene a la mayoría del
pueblo a su lado, pero una minoría poderosa, en la que me incluyo, queremos que
se acabe cuanto antes… Ya sé que crees que esa minoría no acabará tumbando a
todo un estado, pero yo no estaría tan seguro.
—No sé qué pensar—Negaba con la cabeza mientras cerraba
profundamente sus ojos—, la situación es horrorosa y no se vaticina buena.
—Sólo te pido una cosa—Continuó Jorge—, si las cosas se
ponen feas vete del país. Prométeme que si el bando nacional llega a Madrid, te
irás a Francia, a Sudamérica o a dónde
quieras, pero por favor no te quedes aquí…
—No puedo irme, tengo que luchar por mi pueblo, ellos me han
elegido. Sería escupir sobre mis ideales.
—¡Te matarán!
La advertencia resonó en la sala y en la cabeza de Daniel
retumbó la idea de su muerte. Los seres humanos no podemos temer a algo más que
no sea el fin de nuestra existencia y aún más cuando no creemos en la
existencia de algo más. Pero aún así intentó quitarle el hierro al asunto.
—Pues si me matan, dile a San Pedro que me meta en el cielo,
que aunque sea un rojo de mierda, mi madre era una devota católica que su fe al
menos valía por dos.
Jorge se empezó a reír, aunque lo que hubiese dicho fuese
una barbaridad y tal vez una ofensa
según quién lo escuchase.
—Siempre tan convencido de todo, ¿Nunca cambiarás verdad?
—Ya sabes que no…—Dijo con una sonrisa.
Acabaron el encuentro riendo y recordando viejos tiempos.
Aquellos en los que ambos eran muy buenos amigos. Pero la entrada de Jorge al
seminario y la afiliación de Daniel a las juventudes socialistas fueron el
inicio de la separación de aquellos dos viejos amigos.
Ya no sabía qué pasaría en el
futuro, ni se verían alguna otra vez o si una guerra feroz les acabaría
separando, pero nada importaba, mañana sería otro día y ya habría tiempo para
enfrentarse a la situación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario