domingo, 27 de abril de 2014

San Juan Pablo II, el Papa que no era un santo

Aunque de asuntos vaticanos no me gusta hablar, tanto por mi ignorancia como mi desdén a ellos, hoy los acontecimientos me empujan a meterme en un tema tan controvertido como es la canonización de dos papas.
El Papa Bergoglio tenía prisa y al canonizar a Juan XXIII también ha hecho Santo a Juan Pablo II, pues al parecer los tiempos para santificar a un Papa son muy largos. Insisto en mi profundo desconocimiento acerca del tema.

No sé cómo fue Juan XXIII y si realmente fue tan bueno o no, ya que no soy historiador ni mucho menos experto en teología. No obstante, sí soy una de las tantas personas a las que les consume por dentro que un Papa como Juan Pablo II siga siendo alabado varios años después de su muerte.
Se apoyó desde el primer momento en los Estados Unidos y el capitalismo para luchar contra la expansión del marxismo por el mundo, cualquiera que fuera su forma. Así fue que incluso visitó Chile en tiempos de la dictadura de Pinochet, quien arrebató la democracia a su pueblo por medio de un golpe de estado armado que quitó al gobierno legítimamente electo del socialista Allende.
Juan Pablo II con Pinochet

Este pontífice fue quien vio el surgimiento del VIH/Sida y los primeros años de la pandemia, pero ello no le dio pie para cambiar el punto de vista de la Iglesia contrario al uso de anticonceptivos, sino que se reafirmó en su tesis. Su discurso anti-condón tuvo especial efecto sobre África, el continente que más ha padecido la plaga, pero donde también faltaban más medios para no contraerla, por lo que esta perspectiva escandalosa e ilógica sobre los anticonceptivos por parte del Vaticano sólo podía tender a acentuar las cuotas de transmisión en muchos de los países africanos de mayoría cristiana.
Vio cómo la iglesia perdía fuelle en su mensaje de odio a los homosexuales, pero tampoco cambió de parece en ello. Mantuvo el mensaje de rencor contra lesbianas y gais, defendiendo a las relaciones sexuales como el fin para la reproducción, negándolo como un acto de amor o afecto y manteniendo a muchos homosexuales católicos fuera de la Iglesia.

No obstante, si hubo un tema que no trató fue el de la pederastia dentro de la propia Iglesia Católica, ni pidió perdón por el daño causado por parte de algunos de los miembros de la iglesia que abusaron de niños. Con el tiempo se ha conocido que incluso podría haber encubierto casos de pederastia, tal y como parece que hizo con el fundador de una congregación mejicana, Marcial Maciel.


Con todo esto, no parece muy acertado santificar a un papa que representó a una de las alas conservadoras del catolicismo durante más de treinta años. Parece que el Papa Bergoglio intenta dar un tímido paso de respeto y acercamiento a la sociedad en su discurso, pero por otra parte con algunas de sus acciones como la de beatificar a Juan Pablo II o la de designar como cardenal al obispo que poco después trataría en una entrevista a la homosexualidad como una “deficiencia tratable” da a entender que su discurso de tolerancia es mera publicidad que no tiene nada que ver con lo que realmente pone en práctica.

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