—Hola…—Saludó a su acompañante
de noche al ver que ya había abierto los ojos. Llevaba una hora
despierto, pero se había quedado junto a él para ver su perfecto
cuerpo y su precioso rostro dormido.
—Hola… —Contestó dulcemente
mientras se estiraba en la cama.
—¿Qué tal has dormido?
—Bien… aunque mejor he despertado
al verte—Dijo con una sonrisa burlona. Una de aquellas sonrisas que
a él siempre le derretía y hacía que se arrodillase a sus pies.
—¡Madre mía! ¿Pero qué pretendes
que te coma a besos?—Rodeó su cadera desnuda con sus delgados
brazos. Empezó a hacerle cosquillas a las mismas caderas que hace un
momento abrazaba.
—Jajajaja ¡Para! ¡Para!—Gritaba
entre risas. Por fortuna era lo demasiado tarde como para que los
vecinos ya no estuviesen dormidos, sino posiblemente alguno de ellos
tendría que haber acabado por llamar la puerta del apartamento.
Estuvieron un buen rato mientras se
hacían cosquillas mutuamente. Eran felices y se querían demostrar a
cada momento, cada segundo, el amor tan inmenso que sentían.
Las cosquillas pararon y empezaron a
besarse.
—¿Qué haría yo sin ti?
—No lo sé, pero yo sí sé qué
haría sin ti.
—Vaya—Puso tono de curiosidad—,
¿Y qué harías tú sin mi?
—Nada, Alejandro, nada. Sin ti no
podría hacer nada. Ni respirar, porque tú eres quien me da el aire
que a cada momento te necesito…
Alejandro volvió a abrazarle,
sonrojado de lo que le acababa de decir.
—¿Pues sabes qué?
—¿Qué?
—Que te quiero…—Le dijo en su
oído en forma de susurro.
—Yo también te quiero mi vida…—Le
dijo emocionado, enamorado, y lleno de felicidad.
Se abrazaron aún más fuerte y los
besos continuaron como gotas de lluvia. Eran dos enamorados de un
camino que siempre dibujarían los dos. El destino les había unido y
nada les separaría nunca.
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