lunes, 2 de septiembre de 2013

Vacaciones en el norte 16 "Libro abierto"

La noche la pasé llorando desconsoladamente. Sin ganas de nada, que no fuese soltar lágrimas. Por la mañana me visitó Mara con churros. No me acordaba que todo había pasado tan rápido y que ella no sabía nada. Aunque sé que dentro de ella había un "Te lo intenté advertir", no me dijo nada, tan sólo me abrazó y me animó.

—¿Ahora qué piensas hacer?

—¿Pensar? Descubrí ayer que nunca he pensado. ¿Hacer? Lo que voy a hacer es quedarme aquí. Recuerda que este pueblo es mi guarida y que haya sido violada durante unos días no quiere decir que no lo siga siendo.

Sonrió y se alegró porque creía que con eso me refería a que iba a seguir allí.
—Aún así, ya es primero de septiembre. En pocos días tendré que volver a Madrid. Tengo mi vida allí, tanto las cosas buenas como las malas.

—Lo entiendo...—contestó resignada.

—Había pensado que cuando volviese, vinieses conmigo una temporada al menos.

—¿Perdón?

—Lo que oyes. Puede parecerte una locura, pero no te vendría mal volver a una gran ciudad. Has vivido en París y además sabes idiomas. Seguro que en algún sitio te contratarían y ya tenía hablado el alquiler de un apartamento. ¿Así que por qué no te animas y te vienes a vivir conmigo en Madrid?

—Pues me encantaría, quiero decir, no me parece mala idea, pero déjame pensarlo.

Asentí, aunque estaba bailando una sardana en mi interior. Sabía que estaba igual de eufórica que yo por dentro y que se vendría conmigo. Me alegré porque una amistad tan buena no se encontraba todos los días y sabía que no podía estar en ese pueblo un año entero por mucho que allí tuviese un plato de comida asegurado.

Mara se quedó a comer y después se tenía que ir con su padre a un mercado central cercano a Gijón para comprar algunas cosas para la taberna del hostal. Insistió en quedarse, pero me negué a ello. No quería ser un lastre para nadie por estar con los ánimos bajos y además necesitaba un poco de soledad.

Me pasé toda la tarde en la cama. Si salía, me encontraría con alguien y me empezaría a preguntar de mi "amigo" Roberto y no quería que me recordasen lo que había pasado, aunque no fuese intencionadamente.
Cuando el sol empezó a esconderse, salí de casa. Ya las noches empezaban a refrescar más de la cuenta y era la hora de la cena, así que tenía aseguradas unas calles vacías para mí. Fui a la playa, donde me quedé mirando las estrellas y una luna menguante llena de luz.

Empecé a llorar otra vez. El ruido de las olas silenciaban mi derrumbe. No sabía cómo podía haber confiado en la persona que me había hecho tantísimo daño. Sabía que me haría daño, pero por estupidez esa noche dejé de pensarlo. Si no hubiesemos tenido que ir a mi casa a curarle la herida nada hubiera sucedido. Chusa me habría llamado por la noche, me enteraría de lo que realmente había pasado y le hubiese echado de mi casa sin sentirme tan sucio y estúpido como lo hacía ahora.

—¡Leo! ¿Qué te pasa?

Una voz grave apareció y en un momento di un brinco.
—Ah. Hola Micael. No, tranquilo es que me había acordado de algo no muy...

—Agradable—me completó al ver que no era capaz de terminar la frase.

—Sí, se podía decir así.

—¿Y tu amigo Roberto? ¿Se ha quedado en casa?

—No,—Ya tenía que salir él en conversación—se fue ayer por la noche.

—Vaya. Así que él ayer se fue  y hoy estás tú llorando aquí. Qué curioso.

—¿Qué quieres decir?—contesté molesto. Me estaba resultando impertinente.

—Vosotros,—se sentó en la arena mirando al cielo como yo no hacía mucho rato estaba haciendo—tenías algo ¿Verdad?

Sin comerlo ni beberlo, me estaba diciendo que creía que eramos gays. A cualquiera en ese pueblo que se lo hubiesen insinuado ya tendría su puño en la cara de Micael. ¿Por qué me lo preguntaba? Tampoco tenía una relación tan buena como la que tenía con Mara, aunque habíamos hablado unas cuantas veces.

—Fuimos pareja durante dos años. Él vino a solucionar todo, pero me enteré de algo que hizo que le tuviese que decir que se largase.

—Lo siento—musitó.

—Es igual,—intenté quitarle importancia—le dejé porque no era alguien de fiar y nunca lo será.

Nos quedamos los dos callados. Estaba esperando a seguir la conversación. A componer frases lógicas y acertadas, a reorganizar todo un poco.

—Micael, ¿Por qué creías eso de Roberto y yo?

Me miró y empezó a reírse entre dientes. Yo no sabía qué tenía tanta gracia.
—Así que no te acuerdas, ¿no?

—¿De qué?—no me gustaba la información de más que tenía a su beneficio.

De repente sus gestos cambiaron e hice una recomposición de cuando fui a Oviedo con Mara. No bailé con ningún chico. No tenía ninguna necesidad con ninguno. Con ninguno, excepto con uno que me miró y empecé a seguirle y que me dio un beso y se fue.

—El chico del "Adán y Adán" eras tú...

—Así es, Leo.

—¿Por qué no me hablaste de ello cuando volví?

—Porque necesitaba hablar contigo, a solas, sin orejas que nos espiasen. Mi vida está en este pueblo y se complicaría mucho si lo supiesen. Tenía que andar con pies de plomo y al verte el día de la barbacoa con ese chico, mi idea de intentar hablar contigo se borró de mi mente. Me fijé en cómo te miraba y por eso me limité a suponer que habías pasado de mí. No sabía que no te acordabas, sino que simplemente había sido un error lo del beso, producto de una borrachera demasiado pesada.

Ya aquel chico ,que antes me parecía misterioso, se había convertido en un libro abierto. Así intentaba repeler a las chicas de su alrededor y por éso la única novia que había tenido se puso a llorar cuando la dejó, le dijo que era gay y se sentó ofendida. No era más que un chico ,que no había tenido mucha suerte, que una vez tuvo la oportunidad de salir de allí, pero la muerte de su padre, junto a una madre anclada en costumbres demasiado desfasadas, le postró a una vida sin las libertades que él necesitaba.

—Si te digo la verdad—comencé a hablar—, desde el primer día que te vi de lejos, me había fijado en ti. Tenía una mala obsesión contigo. No sé por qué, pero el hecho era así. Siempre he sido muy cauto e intentaba pensar en otras cosas, aunque durante todo este verano siempre te he tenido algún rato en la cabeza—ya estaba sonrojado con los ojos sobre la arena, cuando me giró la cara y me besó.

Fue un momento que sí sabía que deseaba, que pasase. Era lo que creía que no sucedería nunca, pero al final había pasado. No sabía qué hacer, pero él no estaría mucho tiempo tranquilo en la playa, siendo el objetivo de cualquier mirada curiosa que apareciese.

—Vámonos a mi casa—le dije.
Él aceptó y nos dirijimos a ella. Allí nos seguimos bebiéndonos a besos y cenándonos a caricia. Cada vez íbamos con menos ropa hasta que llegamos desnudos ,piel con piel, a la cama. La intensidad con la que hicimos el amor y la ternura que compartíamos hizo vibrar al oscuro cielo de la noche.
Todo sobraba, incluso las sábanas. Sólo necesitabamos nuestros cuerpos y almas para ser felices.

No sé muy bien cuánto tiempo pasó, pero cuando dejamos de hacer delicias, nos abrazamos como dos enamorados. Cuando estaba a punto de dormirme, Micael me dijo algo.

—Leo, ¿estás despierto?

No contesté y me hice el dormido, pero él me acariciaba el pelo mientras me dijo una última cosa que me marcaría.

—Te quiero.

Esas palabras hicieron muchas cosas en mi interior. Lo primero fue que me plantease muchas cosas. Sabía que había hecho bien lo de esa noche, ¿pero yo le quería? Esa pregunta, que se convirtió casi en existencial ,hizo que le diése muchas vueltas en la cama hasta que Micael se quedó dormido y me levanté para hacer una llamada.

—¿Leo? ¿Qué haces llamando a estas horas?

—Hola Mara, tengo que hablar contigo de una cosa importante...



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