miércoles, 15 de mayo de 2013

Vacaciones en el norte(10) "Zumo de tomate"


Me daba vueltas la cabeza. La noche pasada parecía demasiado lejana y no sabía cuánto tiempo pasaba desde que estaba ahí. Lo único que sabía era que estaba en mi cama llena de mi propio sudor y desnudo, excepto por calzoncillo bóxer que cubría mi entrepierna.
Estaba matado y dolorido. Tenía la sensación de que mi colchón estaba hecho de piedras. Estaba tan incómodo, que me levanté de la cama como pude.

Salí de la habitación y llegué al salón donde la presencia de alguien me sorprendió más de lo que debería haberlo hecho.

—¡AH!—Grité.
No podía ser cierto lo que veía mis ojos. En mi sofá estaba Micael dormido. No tenía ni idea de qué hacía allí y qué había podido pasar la noche anterior para esto. Di tal grito que el pobre despertó de un salto.

 —¿QUÉ PASA? ¿QUÉ PASA?—Balbuceaba exaltado.

—Perdón, perdón… es que me he asustado al verte. Creía que estaba sólo.

—Pues no, no lo estabas… ¿No te acuerdas de nada de anoche verdad?—Me dijo arqueando una ceja.

—Pues no, no me acuerdo, ¿Debería?

—Tal y como estabas sería difícil que cualquiera recordase algo.

—¿Pero qué ha pasado aquí? ¿Por qué estás en mi casa?—Ya me estaba poniendo nervioso. No sabía qué hacía allí Micael y me estaba imaginando suceso muy erótico-festivos que podía haber pasado entre los dos.

—¿Yo? Si me debes una, encima. Ayer te emborrachaste hasta los límites y encima creo que le metieron un poco de hierbita a la shisha. Estabas fatal y bueno te alejaste un momento porque te llamaron al móvil y no sé por qué, pero te echaste a llorar en ese momento—Me miró a los ojos un momento como si buscase una explicación al porqué de mis lágrimas por esa llamada—. Pero bueno que te vi muy mal y te acompañé a casa. —Sentenció.

Entonces me acordé de todo, de la shisha con marihuana a traición, de todo el alcohol que bebí y sobre todo de la llamada de Roberto. Esa llamada me había desconcertado. No entendía que después de tantos meses tras dejarme tirado, quisiese volver conmigo. Pensar en ello dio aún más dolor a mi pobre cabeza, que ya estaba bien aquejada por la resaca.

Me empecé a tambalear, me dolía todo el cuerpo y no aguantaba más de pie. Parecía un árbol víctima de un viento feroz que intenta arrancarle de cuajo las ramas.
Micael fue a por mí y me llevó a que me sentase en el sofá.

—Venga ponte aquí que te voy a preparar un zumo de tomate, que es mano de santo para la resaca.

Tal fue mi expectación al verle en mi casa que no me había dado cuenta de que estaba en ropa interior. Llevaba unos slips blancos. La verdad es que se le notaba todo y no dejaba nada a la imaginación.
Tuve que coger un cojín, pues al parecer no eran sólo mis ojos a los que les había gustado tal escena.
El rato que estuve sólo en el salón no sabía qué hacer. Sentía que había mineros picando piedra dentro de mi cabeza. Maldita resaca, pensé.
Micael se dio bastante prisa en venir. Al parecer era bastante manitas con la cocina.

—Tómatelo entero.

—Pero es que no me gusta el tomate—Se me había quedado la cara agria al probarlo—, está asqueroso.

—Pues el tomate es buenísimo, además no es una verdura, es una fruta si te fijas en sus propiedades. Se le llama hortaliza porque siempre se ha cultivado en los huertos, pero realmente es parte de la familia de las fructosas. Así que venga, trágatelo que sino la resaca te va a durar dos días.

Me lo bebí a la fuerza. No me gustaba nada. A casi toda la gente que no le gusta la fruta, le suele gustar el tomate frito y el ketchup, o al menos el ketchup. Pero yo, como para todo, era único y no me gustaba absolutamente nada que llevase tomate, aunque fuese una salsa que tuviese más aditivos y colorantes que tomate.

—Más vale que se me pase.

—Ya verás que sí—Me dijo con una de sus perfectas sonrisas.

—Muchas gracias por hacerte cargo ayer de mí.

Se limitó a sonreírme al modo de un No-hay-de-qué.

Se había portado tan bien. O mejor dicho, se portaba tan bien conmigo siempre. Después de lo que le solté lo de sus escapadas misteriosas, no me guardaba ningún rencor. Me seguí sintiendo aún mal por ello. Pero él, con una ternura digna de estudio, lo había olvidado.

¡BRRRR! ¡BRRRRR!
—Ése es mi móvil.

—Pero si estamos en otra habitación, cómo se puede escuchar la vibración hasta aquí…—Dijo sorprendido. Mi Nokia del año de la tana sería muy viejo y muy desfasado, pero era más duro y tenía más fuerza que un toro.

Cogí el teléfono y me senté en mi cama, mientras Micael estaba allí con el café con leche que previamente se había preparado en mi cocina.

—Micael, me acabo de despertar, menudo pedo me pillé ayer, ¿Cómo estás?—Como no, era Mara.

—Pues cagándome en vosotros… ¿Cómo coño le echasteis maría a la cachimba? Si estuve todo el rato mirando.

Se intentó aguantar la risa, aunque a mí no me hacía ninguna gracia.
—Bueno, bueno, ya sabes, cada maestrillo tiene su truquillo.

—Sí, ya…

—Anda, no me seas idiota, que fue una broma. Además como compensación se me había ocurrido un plan especialmente hecho para ti para dentro de un par de días.

—¿Un plan para mí?—Solté con cierto sarcasmo.

—Que sí… ¿Te lo cuento o no?

—Venga, vale, soy todo oídos…

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