domingo, 12 de agosto de 2012

Vacaciones en el norte (3) "Trasgos"


Ya llevaba tres días allí y no conocía a nadie excepto a Mara, sus padres y algunos vecinos. Pero hoy iba a ser diferente, tendríamos fiesta. Era sábado y toda la gente joven del pueblo se reuniría en la playa para pasárselo bien, ya que durante los días normales la mayoría trabajaba en el puerto o fuera del pueblo y no tenían tiempo para relacionarse con el resto. Quedamos a las diez de la noche, iba con Mara porque era quien me había invitado y a la única persona que realmente conocía.

Cuando llegamos nos encontramos con un grupo de chicos y chicas de unas doce personas. Estaban sentados en la arena mientras escuchaban música con el móvil y hablaban entre ellos. En cuanto nos vieron en la lejanía empezaron a saludarnos y entonces me fijé en alguien que había visto ya anteriormente, el chico del que me fijé el primer día. -¿Ése no es..? -Sí, lo es. Me contestó Mara mientras llegábamos al círculo que formaba el grupo.
-Bueno gente os presento, él es Leo, es un poco tímido pero muy majo. Todos me saludaron en el momento. Por su mayoría parecía gente simpática, pero los chicos en su práctica totalidad parecían bastante brutos. Todos menos Micael el chico moreno de ojos verdes que ví el primer día. Era muy guapo y atractivo. Y una de las chicas estaba riéndole todo lo que decía e intentaba coquetear con él. Él sonreía como si estuviese halagado y nada más, pasando un poco de la chica, la cual no se rendía y estaba continuamente mirandole y sonriéndole.
Después jugaron al "Yo nunca" con chupitos de Vodka, yo no bebí, nunca me ha gustado emborracharme la primera vez que quedo con mucha gente que no conozco. Lo bueno de haber estado sobrio toda la noche fue lo que me podía reír de los demás y de las tonterías que decían y hacían mientras estaban embriagados por el alcohol. Uno de los chicos incluso se desnudó y se metío en el agua, aunque la escena me dió mucho asco porque a era el más feo, gordo y peludo de todos ellos.

La verdad es que había momentos en los que me sentía apartado, era el nuevo y muchaas veces no sabía qué decir. -Vaya panda de borrachos están hechos, no saben beber. Era Micael, estaba hablando conmigo, no me lo podía creer. -Si tú también has jugado ¿Cómo que no estás bebido? -¿Tú crees que yo he bebido mucho? Entonces caí en que realmente sólo se había tomado un par de tragos y ya está.
Eran las tres de la mañana y me empezó a contar cómo eran todos los que se habían juntado en la playa. Él despotricaba de esas parejas, estaban toda la vida juntos, pero decía que él no quería nada que le aferrase a ese pueblo y que esperaba poder algún día irse de allí. Le entendí perfectamente, la verdad es que yo también necesité irme una temporada de Madrid porque me ahogaba y supuse que la rutina de un pueblo tan pequeño tenía que agobiarte mil veces más. Él trabajaba en el puerto como pescador, ayudando en la mar a su tío. Éso fue lo único que me contó de él, pero curiosamente no me preguntó nada sobre mí, lo cual agradecí.
Además me contó la historia del trasgo, una especie de duende, que según los mitos hacía trastadas en las casas como cambiar las cosas de sitio o poner nervioso al ganado. Pero me dijo que no tuviese miedo si en mi casa notaba que había uno, ya que no eran malos, tan sólo un tanto traviesos. No soy la típica persona que cree en seres mitológicos o hechos sobrenaturales, pero esa vez fuese por lo convencido que él hablaba o la confianza que me daba, lo único que quería en ese momento era ver a uno de esos trasgos, aunque tan sólo fuese en sueños.

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