Era bueno en los suyo, o eso quería creer. ¿Sino por qué iban a recurrir tanto a él? ¿Por su gran personalidad? No. Sabía quién era y no era nada más que aquel que desfogaba cuerpos con mucho vicio y muchos prejuicios, pero con una cartera demasiado rebosante como para poder permitirse sus servicios.
Su bolsa de clientes siempre llenaba su agenda. Los servicios no solían durar demasiado, porque tras acabar de hacerlo, salían despavoridos creyendo que tenían que dejar de solicitar su atractivo cuerpo. En otras, se quedaban un rato tumbados en la cama, contándoles lo dura que eran su vida y lo difícil que era para ellos estar con una mujer a la que no amaban o tener que acostarse a veces con ella. Algunos lo vivían con optimismo pese a todo, pero otros se echaban a llorar.
Todos creían tener tan mala vida que no se paraban a preguntarle qué tal le iba a él. Por qué una persona empieza a poner precio a su cuerpo. Él comenzó con una tontería, la primera vez no sabía ni por qué lo hacía. Después siguió haciéndolo: Le gustaba el sexo y no le importaba sacarle rentabilidad. Pero mientras se hacía más conocido en el mundo del placer, menos le gustaba lo que hacía. Por desgracia, cuando se paró a pensar en acabar con esa vida, también se dio cuenta de que no sabía hacer nada más.
Se había dado cuenta de que se había convertido en un vendedor de placer. De su iniciación ya había pasado un tiempo y había pasado de acostarse con el típico viejo necesitado a acostarse con empresarios, ejecutivos, políticos, que muchas veces también eran viejos necesitados, sólo diferenciables por su dinero.
Aún con todo, vivía bien. Un servicio con él se podía calificar con miles de buenos adjetivos, pero ninguno de ellos sería barato. Su apartamento era más grande que muchas casonas de gente de alta cuna. Su único compañero de piso era un pequeño bulldog francés.
Por mucha casa que tuviese, algunas veces tenía días muy apretados y no podía disfrutar de su casa ni de jugar con su perrito. Hoy era uno de esos días. Su última "cita" antes de poder ir a descansar sería en el hotel Hilton. Un banquero ruso había pedido sus servicios. Era un cliente antiguo y cada vez que venía a Madrid le llamaba. Él a veces incluso anulaba otros trabajos para estar con él. Además de pagar inmensamente bien, era un hombre cuarentón bastante atractivo, cualidad que no tenían muchos de sus clientes.
Se quedó al lado de la puerta del hotel, a la espera de que llegase. Fumando un cigarrillo, aunque el botones de la entrada le miró mal. Dando mecha al cigarrillo, comenzaba la noche y acabaría de una vez ese día agotador. Siempre creyó que al final se sentiría sucio con lo que hacía, pero con el paso del tiempo se dio cuenta de que esos remordimientos no existían. Al menos en su cabeza.
Llegó un taxi a la puerta principal. Era el ruso, como siempre puntual. El botones cambió la cara de amargado a una totalmente sumisa y falsa. Como siempre, esperó cinco minutos de rigor a pasar después de él para ir a la habitación.
Apagó el cigarrillo contra el suelo y se metió en el hotel. El chapero se ganaría la noche otra vez de la única manera que conocía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario