jueves, 1 de agosto de 2013

Vacaciones en el norte 13 "Necesito pensar"

—¿Qué coño haces aquí?
Sin apenas salir del coche, empecé a gritarle, a inquirirle. No sé qué hacía en ese lugar, pero sobraba.

—Te lo puedo explicar. Estaba muy preocupado tras la llamada del otro día y además necesitaba verte.

—¿Verme? ¿A mí?—solté con los ojos inyectados en rabia y lágrimas.
Mara, al asimilar todo lo que había sucedido y deducir quién era aquel que esperaba con maletas en mi hogar estival, decidió meterse en medio.

—Mira, creo que tendrías que irte de aquí. Mañana sale un autobús para Oviedo por la tarde. Mi madre tiene un hostal en el pueblo, me encargaré de que te haga un buen precio.

Roberto la miró con cierta soberbia como si le pareciese que sobraba que ella le mandase lo que tenía que hacer. Pese a todo ello, no puso mucha resistencia para conseguir hablar conmigo.
—No necesito ningún autobús, vengo en coche—señaló un Volvo que había en la parte baja de la calle—, pero me iré allí a dormir. Estoy demasiado cansado para conducir. He visto el hostal al llegar al pueblo, no hace falta que me acompañes.

Levantó su maleta y se fue. Mientras, Mara y yo nos quedamos fijados en cómo se iba, esperando que se fuera y empezar a hablar.
—¿Qué hace aquí? ¿Cómo que te llamó?

Empecé a explicarla la llamada de hace unos días cuando estábamos en la playa. Cuando cogí ebrio ese teléfono que me hundió en la miseria y que no sabía que mi actitu tan pausada tuviese el efecto devastador de su visita.
Mara, absorta, se quedó conmigo para animarme y decirme que mañana Roberto ya estaría fuera de mi oasis asturiano. Quise creerla, pero aquella misma noche cuando dormía unos golpes me despertaron. Alguien estaba tirando chinas a la ventana de mi dormitorio. Fui a mirar y cómo no, era él quien estaba abajo.

—¿Qué quieres?

—Hablar contigo.

—Sabes que yo no quiero. Lárgate a dormir y déjame en...

—Por favor, tengo que hablar contigo—me interrumpió—, baja y damos un paseo.

Medité un momento y ,sin quererlo del todo, bajé. Mi cabeza me decía que no bajase, pero como de costumbre escuché al idiota de mi corazón, que aún latía más rápido cuando él estaba cerca.
Fuimos dando un paseo por las adoquinadas calles de Tazones hasta llegar a la plaza del pueblo, vacía en esas horas intempestivas. Nos sentamos en un frío banco de piedra que tardó en calentarse tras sentarme y que casi me da una tiritera.

—Habla, ¿Qué me tienes que decir?

—Leo, he dejado a Fran....

—¿Cómo?—Me quedé sobresaltado.

—Sí, que lo he dejado. Ya no era igual y bueno...

—¿Bueno qué?

—Que le he dejado por ti, Leo.

Me convertí en un mudo. No podía ser que aquel que me había dejado por otro, ahora quisiese volver conmigo.

—No sé qué decir...—contesté tras unos minutos de silencio intenso.

—Lo entiendo. Quizás este viaje haya sido un error y sobre todo tras tantos meses. Mañana me iré y no te molestaré más.
Se levantó y empezó a andar.

—¡Roberto espera!

Se paró al escucharme.
—Quédate unos días más. Necesito pensar.

Se giró, me sonrió y sin decir nada más se fue.
Yo mientras, no sabía qué estaba haciendo, tan sólo lo que sentía en aquel instante.



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