Al
cabo de un rato paseando, vio a unos cervatillos y una casa de estilo
victoriano al otro lado de un río de sirope de caramelo. Quería
cruzarlo y llegar a la casa donde esperaba encontrar a alguna
persona, pero no había ningún puente por donde cruzar. Fue entonces
cuando vio a un rechoncho terrón de azúcar con sombrero,
corbata y maletín de ejecutivo llegando hasta una plata de tallo
rojo, hojas verdes y pétalos azules.
—Muy
buenos días. —Le dijo el azucarillo a la gran flor. Fue
entonces cuando el vegetal sacó una mandíbula y devoró con ansia
al terrón.
Él,
que se mostraba como un sigiloso observador de la escena, se quedó
pasmado y aterrorizado por el atroz espectáculo que se acababa de
acontecer. Para su sorpresa, al cabo de unos segundos vio en la otra
orilla el mismo terroncito era escupido por una planta de la misma
especie que la que le había engullido. Tras eso, como si nada
hubiera pasado, el afable ser se fue caminando alegremente.
Mientras
tanto, nuestro protagonista tardó en comprender qué había sucedido
hasta que llegó a la conclusión de que la planta no se lo había
comido, sino que tan sólo le había tragado para trasladarle hacia
la otra orilla. Fue corriendo a presentarse frente a ésta. – ¡Muy
buenos días!—Le dijo a la flor con gran frescura en su voz,
repitiendo las mismas palabras del terrón como si se tratasen de una
clave.
Miró
al muchacho de arriba abajo, contestando con indiferencia a su
saludo. –Me pareces poco apetitoso, mucha carne, pero poco
merengue, así que haz algo para mejorar tu dulzura si quieres que te
deguste. —Sus palabras le indignaron, pero se contuvo y se quedó
con las ganas de llamarle hierbajo.
Pensó
en pasar el río a nado, pero el espeso sirope le podría hundir como
si fuese una galleta en un baso de leche. Para su suerte, atisbó a
pocos metros a unos graciosos cerdos revolcándose en un barrizal de
mermelada de frambuesa.
–¿Qué
hay más dulce que la mermelada?—Dialogó el muchacho para sus
adentros, convencido de que había encontrado el “merengue” que
le faltaba. Por lo que fue donde estaban los puercos y se revolcó
sobre ella.
Cuando
vio que ya todo su cuerpo estaba pegajoso y desprendía un apetitoso
aroma a frambuesa perceptible a kilómetros, volvió a presentarse
frente la planta. – ¿Ya soy apetecible para ti o no?—Le dijo con
cierto aire burlesco y ésta le devoró sin mediar palabra. A través
de una especie de tuberías formadas por raíces que se abrían en su
camino con múltiples subidas y bajadas como si de una montaña rusa
se tratase, atravesó por debajo de la tierra el río hasta que fue
vomitado por el otro ser.
Ya
estaba donde quería, pero por fortuna, limpio de nuevo, la flor se
quedó con toda su parte dulzona de mermelada y estaba
ahora más limpio que incluso antes.
Vio que
la casa que había avistado no era un simple hogar, sino toda una
mansión señorial con grandes ventanales disueltos por la fachada y
un gran portón. El edificio le imponía, pero su soledad era tal que
no le importaba ni encontrarse al mismísimo Satán tras esas puertas
si éste le daba conversación.
Se
atrevió a pasar y le sorprendió lo que vió: Grandes estanterías
cubiertas por innumerables libros, más grandes o más pequeños,
pero que escalaban hasta los más altos techos de la sala, y una alta
escalinata que terminaba en una puerta.
De
repente, apareció un extraño sapo con un ropaje propio de un
sirviente de alguna corte medieval. Se puso recto y dijo en alta voz
–Manténgase en pie y dé la bienvenida al Gran conde, Marqués de
la armonía y Caballero real, su majestad, el príncipe—Entonces
se abrió la puerta y aparecieron unas ninfas tocando una hermosa
melodía bajando las escalinatas y custodiando a un bello joven de
cabellos castaños y ojos dorados como el bronce. No podía ser otro
que no fuese el príncipe que el anfibio sirviente nombró.
Éste
se dirigió ante el chico, provocando que su corazón palpitase cada
vez más rápido y fuerte. Era tan bello, que no encontraba una
palabra para describirlo que estuviese a su nivel.
–Le
doy la bienvenida a mi palacio. Espero que su estancia por estas
tierras haya sido de su agrado hasta el momento—Expresó con una
voz casi orquestal, limpia y profundamente seductora con una sonrisa
digna de un noble. – Sí, lo ha sido. Mu-muchas gracias—Contestó
sin poder parar de titubear, tenía los nervios a flor de piel. Nunca
había estado delante de un príncipe, ni tampoco ante nadie tan
atractivo ¿Cómo debía actuar? ¿Qué tendría que decir? Había
olvidado hasta su nombre, pero tenía aún muchas preguntas que hacer
acerca de aquel lugar.
De
repente el príncipe se rió –Por favor, vuestra merced no ha de
sentirse abochornado, quien debe sentirse así es mi persona. No sabe
cuánto esperaba este momento de poder verle por fin—De repente la
cara del receptor cambió de vergüenza a extrañeza. – ¿Cómo que
me esperabas? ¿Quién eres y qué quieres de mí?—Soltó con
enfado, pensando de que se trataba de una broma horrenda con malvadas
intenciones. – No, por favor, no me malinterprete—Contestó
dolido por cómo le había respondido el muchacho—Mis intenciones
con vos no son malas ni mucho menos. Verá todos estos libros que
puede ver aquí han servido para lo mismo. – ¿Para qué?—Le
inquirí. – Pues verá, todos tratan acerca de usted, cómo sería,
cómo nacería, qué sentiría, qué música le gustaría... Todo
ésto es la mayor investigación que se ha ideado en el universo. He
estado miles de años buscándole y tras múltiples divagaciones sé
con total seguridad que usted es aquel hombre perfecto al que amaré
y reinará conmigo justamente este mundo.
Se
quedó paralizado sin saber qué decir, pero el príncipe al ver su
cara volvió a hablar, intentando no tensar el momento. – No, por
favor, no me malinterprete. Desearía que se casase conmigo porque
todo lo que he visto, leído y me han vaticinado es que nuestro amor
será más fuerte que el de todas las galaxias juntas, pero ese
momento tan idílico sucederá cuando vos se enamore de mí tanto
como yo estoy de usted. Por ello, le invito a que se quede en mis
estancias y que nos vayamos conociendo con plena cortesía si usted
lo desea, sino llamaré a un carruaje para que le lleve ahora mismo a
su mundo—El joven divagó durante un momento, pero finalmente
contestó. – No hará falta que llame al carruaje. Hay algo que me
atrae a su majestad de una manera muy especial y quiero ver si ésto
es real. – Bien, pues bienvenido a mi casa, la cual será también
su casa a partir de ahora. – Contestó con una amplia sonrisa de
satisfacción.
Los
días pasaban entre los dos bastante rápido. Todos los estudios del
príncipe dieron con la verdadera solución: Ese joven hombre sería
su príncipe consorte. Un día, el monarca le llevó a viajar por las
nubes con su pegaso azul tal y como hacían otros muchos días. Su
acompañante se agarraba fuertemente a su cintura, notando su firme y
marcado torso. En esta ocasión le llevó a un islote que había
entre las nubes. Allí el noble, nervioso, le pidió matrimonio. Él
le dijo que sí y se abalanzó para besarle, se acababa de
convertirse en el espíritu más lleno de vida de todo el universo.
Tras
unas horas allí, montaron sobre su pegaso hacia palacio. Los dos en
el viaje estuvieron muy felices. El príncipe cada poco giraba la
cabeza para besar a su amado. Todo marchaba perfecto, pero de pronto
comenzó una tormenta. Los rayos ,junto a la lluvia, no tardaron en
poner nervioso al pegaso, el cual se puso en pie sobre él aire.
El
príncipe logró no soltarse de las riendas, pero su prometido cayó,
aunque rápidamente el jinete le cogió de la mano.
- ¡No
te sueltes por favor!—Le dijo con lágrimas en los ojos, temiendo
por la vida de su amante. – Mi vida suéltame, sino tú también
caerás—Le dijo triste y melancólicamente. – ¡No, nunca! ¡No
lo haré! ¡Te quiero!—Lo cierto es que en estos segundos, el
príncipe al aguantar el peso de su cuerpo cada vez estaba menos
agarrado a las cuerdas del nervioso equino. Su amado no lo dudó,
cogió la espada que llevaba entre sus ropajes y se cortó con un
corte limpio y sus últimas fuerzas su brazo, separándose por
siempre del príncipe que una vez le dió todo.
Entonces
dió un salto de la cama, ahogado en sudor y lágrimas. Fue corriendo
al baño a lavarse y allí lloró durante horas y horas. Nada había
sido real, sólo fue un efímero sueño sin sentido que le había
hecho daño en lo más profundo de su corazón. Su hombre de sangre
azul sólo era imaginación y ahora se pregunta qué hubiese sido
mejor, haber muerto en el sueño o estar muerto ahora en su cruda y
real vida.
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