La historia de la vida
de Libertad comienza en su propio nombre. En el año setenta y seis sus padres,
Oriol y Lola, exiliados por el régimen de Franco en Francia, volvieron a su
Madrid natal. Habían pasado unos años duros fuera, pero tenían la sensación de
que con la muerte del dictador las cosas mejorarían lo suficiente como para
poder reinstalarse en el país. El matrimonio traía sorpresas de Francia, la más
importante de todas era que su madre estaba embarazada de ocho meses. Los
médicos, preocupados por el viaje que la esperaba con un embarazo tan avanzado,
la insistieron en que se quedase en el país hasta que al menos hubiera dado a
luz, pero ella se opuso. Quería que su bebé naciese en el país de sus padres y
que desde el primer momento la pequeña criatura compartiese desde el primer
momento los nuevos aires de libertad que se respiraban en las calles de la
capital.
Aunque también dejaron
a gente allí, estaban deseando llegar tras tantos duros años de sufrimiento fuera España y volver a
encontrarse con los familiares y amigos que estaban esperando su vuelta. Apenas
dio tiempo a que el avión aterrizase en Barajas para que su madre rompiera
aguas. La trasladaron al Hospital Doce de Octubre inmediatamente, sumándose a
la alegría de volver a casa con la llegada de una nueva vida.
A las siete de la
mañana, el bebé dio la bienvenida al mundo. Cuando Oriol le puso el bebé sobre
el regazo de su madre y le dijo que era una niña, ya sabía cómo se tenía que
llamar: Libertad.
Aunque la felicidad
colmó a aquella familia, eran tiempos convulsos. Pese a que predominase un ambiente de
protestas en la calle, la gente celebraba el resultado del referéndum de la
reforma política, que sería la primera piedra para las primeras elecciones
democráticas tras cuarenta años de franquismo. No obstante, había minorías que
no aceptaban tan bien el nuevo destino del país y un día después de que
Libertad naciese, murieron cinco abogados laboralistas a manos de unos
terroristas fascistas en un edificio de la Calle Atocha.
A unos días de dar a
luz, Lola salió a la calle. Los médicos y Oriol la suplicaron que no hiciese
eso, aún necesitaba recuperarse del parto, pero no les escuchó. Sentía que debía salir a quejarse de la muerte
de los abogados asesinados y a pedir libertad al gobierno del régimen. La gente
pedía que de una vez se legalizase el PCE y no quería que se intentase coartar
la libertad de voto. Oriol, conociendo el temperamento de su esposa, se resignó
y acompañó a su mujer en la manifestación.
Con el pasar de los
años, mientras que el nuevo sistema parecía asentarse, Libertad crecía con la
fuerte actitud que había heredado de su
madre. Estuvo desde su infancia en las calles con sus padres en numerosas
protestas, ya fuese a favor de que las mujeres pudiesen decidir sobre su cuerpo
o en contra de que España se volviese a militarizar con su ingreso a la OTAN.
Cuanto más mayor se
hacía, la llama de su pensamiento crítico se avivaba más. A los diecinueve años
compaginaba sus estudios de periodista con un trabajo de camarera y durante sus
horas libres participaba allí donde le parecía que tenía que estar, luchando
contra esas injusticias que seguían mandando en el mundo.
En 2003 Libertad tenía
25 años y ya había salido de la Universidad, aunque su trabajo no se
relacionaba para nada con el periodismo. Trabajó durante tres meses en un
importante periódico, pero no la dejaban
ejercer como una verdadera periodista, sino que estaba obligada a no husmear
demasiado para tener contenta a la Junta de Accionistas y a sus intereses. Por
ello, prefirió volver a estudiar y hacer un ciclo de grado superior de
Administración para reincorporarse al mundo laboral en un trabajo que sí
pudiese hacer como ella quería. Afortunadamente la contrataron en una editorial
como administrativa, lugar que a ella como buena amante de los libros, le
parecía muy interesante.
Ese mismo año iba a
comenzar la Guerra de Irak y España participaría en ella. La opinión pública
estaba en contra y un gran número de personas salió a protestar.
En una de las
manifestaciones en contra de la guerra, Libertad conoció a la persona que
acabaría siendo su gran amor. Las calles del centro estaban a rebosar de gente y tropezó con algo que había en la calzada,
pero no llegó a caerse, alguien llegó a cogerla.
—
¿Estás bien?—Le preguntó el chico que le
había cogido. Entonces se fijó en sus ojos color café y su rostro barbiluengo.
—
Sí, gracias —dijo con una sonrisa al mismo
tiempo que apoyaba el pie de nuevo en el suelo, que hizo que cambiara el gesto
de su cara y soltase un pequeño grito de dolor.
—
Creo que te has torcido el tobillo— se
apresuró a decir— ¿Quieres que te lleve al médico?
Libertad aceptó. No
podía andar y había ido sola a la manifestación, así que él se convirtió en su
salvavidas. Una vez en la sala de espera de Urgencias, empezaron a hablar.
Libertad descubrió que se llamaba Carlos, tenía 27 años y era conductor de
autobuses. Hablaron tantísimo que la larga hora que les tocó esperar se les
pasó volando, e incluso a Libertad se olvidó del dolor.
Una vez en la
consulta, el médico le dijo lo que ya esperaba, se había torcido el tobillo. Se
lo vendaron y la mandaron reposo. Carlos pidió un taxi para llevarla a su casa.
En el taxi, Libertad le invitó a tomar un café el día siguiente. Éste aceptó y por
la mañana estaban en una cafetería charlando y riendo como locos. Libertad tuvo
que ir con muletas, pero ni aún así renunció a la cita.
Quedaron en
innumerables ocasiones y poco a poco Carlos fue invadiendo su mente, llegando
finalmente el día en el que se dieron cuenta de que se habían convertido en una
pareja.
Pronto alquilarían una
casa y se irían a vivir juntos. Sabían que aunque la economía fuese bien, los
salarios no subían y era imposible comprar una vivienda. Frente a toda la gente
que se endeudaba en aquel momento para poder independizarse, ellos se negaron a
ello y adquirieron una casa en régimen de alquiler. Mientras tanto, no se
resignaban a la situación y se unieron a protestas y movimientos que pedían una
vivienda digna. Hacía un año que el gobierno había cambiado de color, pero los
problemas para tener en una vivienda que había con el gobierno de Aznar,
estuvieron más presentes en el gobierno de Zapatero.
Oriol y Lola se
apenaron cuando Libertad anunció que se iba a vivir con Carlos. Ellos sabían
perfectamente que ese día llegaría, pero al ser su única hija, su ausencia en
casa se notaría más. Pese a ellos, se convencieron de que Libertad iba a estar
bien con una persona como Carlos y era lo suficientemente responsable como para
saber apañárselas sola.
En 2008, el padre de
Libertad murió por una enfermedad que padecía desde hacía tiempo. Ese mismo año, nació el hijo de Libertad y
Carlos, al que llamarían Oriol en memoria
de su difunto padre. El pequeño Oriol llegó al mundo en un momento en el
que parecía que todo se iba a desmoronarse por momentos. “El milagro económico”
había sido un triste y engañoso sueño. Las viviendas habían llegado a costar
tanto y los intereses de las hipotecas eran tan elevados que la gente empezaba
a no poder pagar. Durante años el pilar de la economía fue la construcción y al
caer ésta, comenzaron a destruirse todos los puestos de trabajo que generaba.
Al principio el
trabajo de Libertad no se vio afectado por la crisis, pero la oleada de
despidos y rebajas salariales pronto llegaría a su matrimonio. Primero ella
sufrió un expediente de regulación de empleo en la editorial y despidieron a la
mitad de la plantilla. Tuvo la suerte de ser una de las personas a las que no echaron,
pero la bajaron el sueldo.
Poco después, también
comenzaron las reducciones salariales para su marido, lo cual provocó que
muchos meses Libertad tuviera que pedirle dinero prestado a su madre para poder
pagar el alquiler.
Comenzó una de las etapas
más negras que Libertad había vivido. Primero, aquel presidente al que le
estalló la crisis hizo unos recortes brutales y abarató el despido. Estas
medidas provocaron que en 2011 mucha más gente que hasta ese momento había
mantenido su empleo perdiese su trabajo, entre ellas Libertad.
Nunca había estado
desempleada y ahora se sentía triste e inútil. Metió su curriculum en todos los
sitios, pero no recibía ni una sola llamada para una entrevista. Estaba
desesperada.
Otra vez cambió el
gobierno y sus políticas fueron aún más inhumanas que las del anterior. El nuevo ejecutivo aplicó recortes brutales, además de hacer otra reforma laboral
que facilitaría aún más el despido.
En 2014, las
discusiones entre Carlos y Libertad eran cada vez más frecuentes. Vivían en una
situación límite, a ella se le había acabado la prestación por desempleo y él
era quien se enfrentaba ahora a un ERE. Mientras tanto, tuvieron que cambiar a
Oriol de colegio, el suyo lo había cerrado la Comunidad de Madrid. El nuevo
colegio estaba mucho más lejos que el
anterior y tenían que pagar ahora además otro gasto por tener que coger transporte para llevarlo
cada día. A la familia no les salía las cuentas y las ayudas en forma de dinero
de la madre de Libertad cada vez se hacían más frecuentes, acabando por
convertirse en una rutina embarazosa.
Un día, Libertad se
dio cuenta de que no podía más y decidió que si quería trabajar, debería irse al
extranjero. Carlos la comprendió perfectamente, porque aunque la fuese a echar
de menos, sabía que sería la única manera de poder continuar con su matrimonio.
Ambos se amaban hasta límites desconocidos, pero la desesperación de ella por
no encontrar trabajo y de él por no saber si iba a poder mantener el suyo les
ponían en una situación de miedo y tensión que les empujaba a tener que
desfogarse diciendo cosas duras que hacían daño al otro. A su madre, Lola, le
fue más duro hacerse a la idea de que su hija se fuera tan lejos, pero aunque
intentó cambiarla de idea, le resultó imposible. Al final acabó entrando en
razón y entendiendo que su hija no se iba a ir, sino que la echaban del país al
no tener oportunidad de acceder a ningún trabajo.
Finalmente, llegó el día en el que Libertad iría a Inglaterra,
ya que había encontrado una oferta de trabajo en ese país. Sería camarera de un
hotel con un contrato precario, pero todas las ofertas que encontraba eran de
ese estilo.
En el aeropuerto se despidió
calurosamente de Lola y de Carlos, pero dedicó más tiempo en despedirse de
Oriol. El pequeño de seis años era un mar de lágrimas. Libertad, con el alma
partida, le dijo una cosa que no olvidaría en su vida.
—Cariño, me voy como
la abuela junto al abuelo tuvo que irse en su día. Sus razones eran otras, pero
al igual que ellos, no tengo otra opción que el exilio. Papá también está
triste porque me voy, así que cuida de él—el niño se secó las lágrimas con las
manos y asintió— y sobre todo, nunca dejes de luchar. Puede que las cosas no
vayan siempre como quieras, pero no dejes que te callen por defender en lo que
crees y nunca te sientas rendido. Lucha
hasta tu último respiro por tus derechos.
Ya avisaban por
altavoz que los pasajeros hacia Londres podían acceder al avión. Libertad
abrazó a su hijo para despedirle y se fue rápidamente hacia la puerta de
embarque. Ella ya no creía ser Libertad, sino Exiliada. Cerró sus ojos llenos
de las lágrimas que se había aguantado ante su hijo y se prometió a ella misma
que algún reconquistaría la felicidad que le habían robado.
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