miércoles, 21 de mayo de 2014

La llamaban Libertad

La historia de la vida de Libertad comienza en su propio nombre. En el año setenta y seis sus padres, Oriol y Lola, exiliados por el régimen de Franco en Francia, volvieron a su Madrid natal. Habían pasado unos años duros fuera, pero tenían la sensación de que con la muerte del dictador las cosas mejorarían lo suficiente como para poder reinstalarse en el país. El matrimonio traía sorpresas de Francia, la más importante de todas era que su madre estaba embarazada de ocho meses. Los médicos, preocupados por el viaje que la esperaba con un embarazo tan avanzado, la insistieron en que se quedase en el país hasta que al menos hubiera dado a luz, pero ella se opuso. Quería que su bebé naciese en el país de sus padres y que desde el primer momento la pequeña criatura compartiese desde el primer momento los nuevos aires de libertad que se respiraban en las calles de la capital.

Aunque también dejaron a gente allí, estaban deseando llegar tras tantos duros años  de sufrimiento fuera España y volver a encontrarse con los familiares y amigos que estaban esperando su vuelta. Apenas dio tiempo a que el avión aterrizase en Barajas para que su madre rompiera aguas. La trasladaron al Hospital Doce de Octubre inmediatamente, sumándose a la alegría de volver a casa con la llegada de una nueva vida.
A las siete de la mañana, el bebé dio la bienvenida al mundo. Cuando Oriol le puso el bebé sobre el regazo de su madre y le dijo que era una niña, ya sabía cómo se tenía que llamar: Libertad.
Aunque la felicidad colmó a aquella familia, eran tiempos convulsos.  Pese a que predominase un ambiente de protestas en la calle, la gente celebraba el resultado del referéndum de la reforma política, que sería la primera piedra para las primeras elecciones democráticas tras cuarenta años de franquismo. No obstante, había minorías que no aceptaban tan bien el nuevo destino del país y un día después de que Libertad naciese, murieron cinco abogados laboralistas a manos de unos terroristas fascistas en un edificio de la Calle Atocha.
A unos días de dar a luz, Lola salió a la calle. Los médicos y Oriol la suplicaron que no hiciese eso, aún necesitaba recuperarse del parto, pero no les escuchó.  Sentía que debía salir a quejarse de la muerte de los abogados asesinados y a pedir libertad al gobierno del régimen. La gente pedía que de una vez se legalizase el PCE y no quería que se intentase coartar la libertad de voto. Oriol, conociendo el temperamento de su esposa, se resignó y acompañó a su mujer en la manifestación.
Con el pasar de los años, mientras que el nuevo sistema parecía asentarse, Libertad crecía con la fuerte actitud que había heredado  de su madre. Estuvo desde su infancia en las calles con sus padres en numerosas protestas, ya fuese a favor de que las mujeres pudiesen decidir sobre su cuerpo o en contra de que España se volviese a militarizar con su ingreso a la OTAN.
Cuanto más mayor se hacía, la llama de su pensamiento crítico se avivaba más. A los diecinueve años compaginaba sus estudios de periodista con un trabajo de camarera y durante sus horas libres participaba allí donde le parecía que tenía que estar, luchando contra esas injusticias que seguían mandando en el mundo.
En 2003 Libertad tenía 25 años y ya había salido de la Universidad, aunque su trabajo no se relacionaba para nada con el periodismo. Trabajó durante tres meses en un importante periódico, pero  no la dejaban ejercer como una verdadera periodista, sino que estaba obligada a no husmear demasiado para tener contenta a la Junta de Accionistas y a sus intereses. Por ello, prefirió volver a estudiar y hacer un ciclo de grado superior de Administración para reincorporarse al mundo laboral en un trabajo que sí pudiese hacer como ella quería. Afortunadamente la contrataron en una editorial como administrativa, lugar que a ella como buena amante de los libros, le parecía muy interesante.
Ese mismo año iba a comenzar la Guerra de Irak y España participaría en ella. La opinión pública estaba en contra y un gran número de personas salió a protestar.
En una de las manifestaciones en contra de la guerra, Libertad conoció a la persona que acabaría siendo su gran amor. Las calles del centro estaban a rebosar de gente  y tropezó con algo que había en la calzada, pero no llegó a caerse, alguien llegó a cogerla.
     ¿Estás bien?—Le preguntó el chico que le había cogido. Entonces se fijó en sus ojos color café y su rostro barbiluengo.
     Sí, gracias —dijo con una sonrisa al mismo tiempo que apoyaba el pie de nuevo en el suelo, que hizo que cambiara el gesto de su cara y soltase un pequeño grito de dolor.
     Creo que te has torcido el tobillo— se apresuró a decir— ¿Quieres que te lleve al médico?
Libertad aceptó. No podía andar y había ido sola a la manifestación, así que él se convirtió en su salvavidas. Una vez en la sala de espera de Urgencias, empezaron a hablar. Libertad descubrió que se llamaba Carlos, tenía 27 años y era conductor de autobuses. Hablaron tantísimo que la larga hora que les tocó esperar se les pasó volando, e incluso a Libertad se olvidó del dolor.
Una vez en la consulta, el médico le dijo lo que ya esperaba, se había torcido el tobillo. Se lo vendaron y la mandaron reposo. Carlos pidió un taxi para llevarla a su casa. En el taxi, Libertad le invitó a tomar un café el día siguiente. Éste aceptó y por la mañana estaban en una cafetería charlando y riendo como locos. Libertad tuvo que ir con muletas, pero ni aún así renunció a la cita.
Quedaron en innumerables ocasiones y poco a poco Carlos fue invadiendo su mente, llegando finalmente el día en el que se dieron cuenta de que se habían convertido en una pareja.
Pronto alquilarían una casa y se irían a vivir juntos. Sabían que aunque la economía fuese bien, los salarios no subían y era imposible comprar una vivienda. Frente a toda la gente que se endeudaba en aquel momento para poder independizarse, ellos se negaron a ello y adquirieron una casa en régimen de alquiler. Mientras tanto, no se resignaban a la situación y se unieron a protestas y movimientos que pedían una vivienda digna. Hacía un año que el gobierno había cambiado de color, pero los problemas para tener en una vivienda que había con el gobierno de Aznar, estuvieron más presentes en el gobierno de Zapatero.
Oriol y Lola se apenaron cuando Libertad anunció que se iba a vivir con Carlos. Ellos sabían perfectamente que ese día llegaría, pero al ser su única hija, su ausencia en casa se notaría más. Pese a ellos, se convencieron de que Libertad iba a estar bien con una persona como Carlos y era lo suficientemente responsable como para saber apañárselas sola.
En 2008, el padre de Libertad murió por una enfermedad que padecía desde hacía tiempo.  Ese mismo año, nació el hijo de Libertad y Carlos, al que llamarían Oriol en memoria  de su difunto padre. El pequeño Oriol llegó al mundo en un momento en el que parecía que todo se iba a desmoronarse por momentos. “El milagro económico” había sido un triste y engañoso sueño. Las viviendas habían llegado a costar tanto y los intereses de las hipotecas eran tan elevados que la gente empezaba a no poder pagar. Durante años el pilar de la economía fue la construcción y al caer ésta, comenzaron a destruirse todos los puestos de trabajo que generaba.
Al principio el trabajo de Libertad no se vio afectado por la crisis, pero la oleada de despidos y rebajas salariales pronto llegaría a su matrimonio. Primero ella sufrió un expediente de regulación de empleo en la editorial y despidieron a la mitad de la plantilla. Tuvo la suerte de ser una de las personas a las que no echaron, pero la bajaron el sueldo.
Poco después, también comenzaron las reducciones salariales para su marido, lo cual provocó que muchos meses Libertad tuviera que pedirle dinero prestado a su madre para poder pagar el alquiler.
Comenzó una de las etapas más negras que Libertad había vivido. Primero, aquel presidente al que le estalló la crisis hizo unos recortes brutales y abarató el despido. Estas medidas provocaron que en 2011 mucha más gente que hasta ese momento había mantenido su empleo perdiese su trabajo, entre ellas Libertad.
Nunca había estado desempleada y ahora se sentía triste e inútil. Metió su curriculum en todos los sitios, pero no recibía ni una sola llamada para una entrevista. Estaba desesperada.
Otra vez cambió el gobierno y sus políticas fueron aún más inhumanas que las del anterior.  El nuevo ejecutivo aplicó recortes  brutales, además de hacer otra reforma laboral que facilitaría aún más el despido.
En 2014, las discusiones entre Carlos y Libertad eran cada vez más frecuentes. Vivían en una situación límite, a ella se le había acabado la prestación por desempleo y él era quien se enfrentaba ahora a un ERE. Mientras tanto, tuvieron que cambiar a Oriol de colegio, el suyo lo había cerrado la Comunidad de Madrid. El nuevo colegio  estaba mucho más lejos que el anterior y tenían que pagar ahora además otro gasto  por tener que coger transporte para llevarlo cada día. A la familia no les salía las cuentas y las ayudas en forma de dinero de la madre de Libertad cada vez se hacían más frecuentes, acabando por convertirse en una rutina embarazosa.
Un día, Libertad se dio cuenta de que no podía más y decidió que si quería trabajar, debería irse al extranjero. Carlos la comprendió perfectamente, porque aunque la fuese a echar de menos, sabía que sería la única manera de poder continuar con su matrimonio. Ambos se amaban hasta límites desconocidos, pero la desesperación de ella por no encontrar trabajo y de él por no saber si iba a poder mantener el suyo les ponían en una situación de miedo y tensión que les empujaba a tener que desfogarse diciendo cosas duras que hacían daño al otro. A su madre, Lola, le fue más duro hacerse a la idea de que su hija se fuera tan lejos, pero aunque intentó cambiarla de idea, le resultó imposible. Al final acabó entrando en razón y entendiendo que su hija no se iba a ir, sino que la echaban del país al no tener oportunidad de acceder a ningún trabajo.
Finalmente, llegó el día en el que Libertad iría a Inglaterra, ya que había encontrado una oferta de trabajo en ese país. Sería camarera de un hotel con un contrato precario, pero todas las ofertas que encontraba eran de ese estilo.
En el aeropuerto se despidió calurosamente de Lola y de Carlos, pero dedicó más tiempo en despedirse de Oriol. El pequeño de seis años era un mar de lágrimas. Libertad, con el alma partida, le dijo una cosa que no olvidaría en su vida.
—Cariño, me voy como la abuela junto al abuelo tuvo que irse en su día. Sus razones eran otras, pero al igual que ellos, no tengo otra opción que el exilio. Papá también está triste porque me voy, así que cuida de él—el niño se secó las lágrimas con las manos y asintió— y sobre todo, nunca dejes de luchar. Puede que las cosas no vayan siempre como quieras, pero no dejes que te callen por defender en lo que crees  y nunca te sientas rendido. Lucha hasta tu último respiro por tus derechos.

Ya avisaban por altavoz que los pasajeros hacia Londres podían acceder al avión. Libertad abrazó a su hijo para despedirle y se fue rápidamente hacia la puerta de embarque. Ella ya no creía ser Libertad, sino Exiliada. Cerró sus ojos llenos de las lágrimas que se había aguantado ante su hijo y se prometió a ella misma que algún reconquistaría la felicidad que le habían robado.

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