sábado, 9 de febrero de 2013

Una mañana confusa

No sabía qué había pasado, tan sólo notaba que había bebido más de la cuenta. Le dio confianza al alcohol y éste se apoderó de su cuerpo, haciéndole no recordar nada de las últimas horas. Sólo sabía una cosa, había llegado a casa sano y salvo y había sido capaz de entrar en su dormitorio para dormir en su querida cama.
Tras unos segundos de estiramiento de brazos y un pequeño gemido, mezcla del cansancio que aún tenía y el dolor de cabeza producido por la resaca, sintió la presencia de alguien a su lado. Con cara de susto, miró hacia su izquierda, de donde provenía una respiración profunda. Allí estaba dormido un chico bastante atractivo, de unos veinte años, moreno con melena rojiza. Estaba completamente desnudo, tan sólo cubierto por una fina sábana que prudentemente había ocultado sus partes íntimas. Al verle, se asustó aún más, no tenía ni idea de qué hacía ese tipo ahí, tenía miedo de haber hecho una locura.
Se levantó y se puso nervioso, dando vueltas por la habitación, hasta que con uno de sus pies pisó un condón usado. Entonces se calmó, al fin y al cabo había pasado, o al menos suponía, una gran noche y por lo que el preservativo lleno de líquido blanquecino mostraba, no corrió ningún riesgo.
Acto seguido, cogió el condón con dos dedos y empezó a mirar el semen de su interior. Tenía una extraña afición a mirar cuánto se había corrido o se habían corrido, pero esta vez el interés aumentaba al ser absoluto su desconocimiento acerca de quién de los dos provenía la sustancia lechosa. Estuvo un buen rato mirando el condón intentando averiguar si era capaz de reconocer su semen, pero la tarea parecía imposible. De pronto el chico atractivo, al que “había dejado rendido” en su cama, convirtió la fuerte respiración en graves ronquidos, lo que hizo que saltase del borde de la cama donde se había sentado.
Dejó el “¿Quién es quién?” versión lefa, y se fue a la cocina, dejando al querido invitado sólo con sus ruidos. En la cocina lo primero que hizo fue tirar el preservativo a la basura y lavarse sus lubricadas manos. Se preparó un café, el cual acompañó con un apetitoso ibuprofeno que le ayudaría con su resaca. Ya más aliviado, pareciendo que el dolor punzante de su cabeza se había esfumado gracias a la pastilla que se había tomado, intentó de hacer memoria de lo que había pasado esa noche. Sólo se acordaba de su último episodio sobrio, cuando la discoteca a la que fue con un par de amigos se llenó de espuma, la cual casi le estropea su quinto cubata, que fue el que finalmente le hizo efecto.
Lo máximo que llegó a recordar tras eso fue cómo se besaba con el chico que ahora estaba en su cama, cómo le cogió el culo y cómo le tocó el paquete. Todos sus recuerdos estaban cubiertos con una fuerte niebla, pero él sonreía, si algo sabía era que esa misma noche había triunfado.

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