En abril de 1982, el ejército
argentino ocupó unas pequeñas islas cuya soberanía se encontraba bajo la
autoridad del Imperio Británico. Las probabilidades de victoria eran altas, la
metrópoli se encontraba a miles de kilómetros de distancia y tenía los
suficientes problemas como para no preocuparse de un diminuto archipiélago. La
Royal Navy había corrido mejores tiempos, los recortes también habían llegado
al ejército y los buques más cercanos estaban lo suficientemente lejos. Nada
daba a entender que esta operación supusiese la tumba de la dictadura
argentina.
Al otro lado del Atlántico, se
encontraba Margaret Thatcher. El desempleo en su país era alto y su partido se
derrumbaba en las encuestas. De repente, le comunican que las Malvinas han sido
tomadas por los argentinos. Seguramente, cuando se lo dijeron no sabía ni
situarlas en el mapa. Eso era lo menos importante. El rédito político que podía
sacar estaba por encima de todo.
Fueron dos meses de combate hasta
que se impuso la victoria de los británicos sobre Argentina. Un país gastó
millones para mantener unos cuantos islotes con un par de millar de habitantes.
Al ver el inicio de la contienda se podría considerar una locura, pero el
desenlace se podría definir como una precampaña electoral exitosa. Un año después,
Margaret Thatcher revalidó su mandato con mayoría absoluta. Su “hazaña” militar
encendió los sentimientos patrióticos de los votantes, que volvieron a confiar
en ella. Ella les correspondió como su corazoncito neoliberal le ordenaba,
privatizando todo lo que se podía privatizar, incluyendo el sistema nacional de
salud, y dejando los derechos laborales por los suelos.
En España, puede pasar que a
Mariano Rajoy le toque la lotería de Navidad. La aprobación en el parlamento
catalán de una declaración unilateral de independencia puede ser una
oportunidad para que el Partido Popular se mantenga en el poder. Su electorado
habitual, y muchos indecisos, se dejan conmover si se enarbolan banderas, aunque
no se sepa muy bien en qué sentido. La mano dura en asuntos territoriales puede
llevar a la amnesia de cuatro años con una alta tasa de desempleo, pobreza y
desprotección social. La corrupción también se perdona.
Ojalá me equivocara y de una vez
hubiera diálogo para abordar el asunto más importante que ha habido en la
política española en los últimos treinta años. Sin embargo, parece que el
objetivo no es tirar de democracia, sino demostrar quién es más bravo.
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