El 22 de julio de 1969, Franco designó a Juan Carlos I como
su sucesor, afirmando que este paso era necesario para que todo quedase “atado
y bien atado”.
Treinta y cinco años después de su muerte, me atrevo a dar
la razón al tirano, pues creo que se ha demostrado (Y se sigue demostrando) que
ese paso era necesario para dar vida al régimen después de la muerte de su
fundador.
En 1976, cuando Juan Carlos ya había llegado al poder y
antes de que hubieran tenido lugar las primeras elecciones legislativas, se
designó a Adolfo Suárez, que perteneció al régimen de Franco, siendo director
de TVE e incluso secretario general de la Falange Española. Así, Juan Carlos
se aseguraba alguien próximo al régimen para poner “la primera piedra” de su proyecto
de país. A él se le confirió la tarea de dar carpetazo al periodo nacionalcatolicista
para montar las primeras elecciones democráticas: Todo ello con el sistema
electoral con circunscripciones de pequeño tamaño, que limitaba la pluralidad
del parlamento y permitiría el asentamiento de un bipartidismo clásico apoyado
por la derecha catalana y vasca, en detrimento de partidos de izquierda que
pudiesen suponer una amenaza al Statu Quo.
El proyecto monárquico juancarlista quedó asegurado cuando
la UCD, un partido compuesto en su mayoría por franquistas supuestamente
convertidos en demócratas y liderado por el propio Adolfo Suárez, ganó las
primeras elecciones. Esto le permitió a Suárez promulgar una ley de amnistía,
que no significaba otra cosa que los crímenes del franquismo no iban a ser
perseguidos y que aquellos guardias civiles, policías y otras fuerzas del
estado culpables de asesinatos y maltratos a los opositores del régimen
quedaban absueltos de sus crímenes y que se morirían cómodamente en sus camas.
Además, a través de los acuerdos de la Santa Sede se
perpetuó el poder de la iglesia católica, pese a haber sido coautora y máxima
defensora del franquismo. Permitieron que tuviese sus fuentes de ingreso
aseguradas por parte del estado, así como dejar que la religión siguiese
estando presente en la educación.
La familia Franco tampoco vio una merma en su estilo de vida.
Su riqueza ilegítimamente obtenida y fruto del expolio nacional no fue
confiscada, es más, fueron premiados por el mismísimo rey, otorgando a la mujer
del fascista el título nobiliario de duquesa de Franco, quien gozó de una alta
pensión vitalicia hasta su defunción.
Con los años, estos arreglos se mantuvieron y permanecieron
intocables. El PSOE, que cada vez se constituía más como parte del problema, no
se atrevió a tocar nada de lo que anteriormente había hecho la UCD y en el
gobierno de Felipe González incluso continuó creando colegios concertados con
la iglesia, reforzando el poder y fuerza del ente adoctrinador.
Así, luego con el paso de Aznar, Zapatero y finalmente
Rajoy, la situación quedó prácticamente igual. Con una ley para la recuperación
de la Memoria Histórica del gobierno Zapatero que no marcha y mantiene a miles
de muertos republicanos de la Guerra Civil en las cunetas.
Los torturadores del franquismo o bien se han muerto por
viejos o siguen vivos, pero no juzgados. Es el caso de Billy El Niño, en el que
ha tenido que venir una jueza argentina para juzgarle porque aquí nadie se
atreve a ello y aún así se intenta burocratizarlo todo desde la justicia
española para no extraditarle.
Pero no nos vayamos a viejas glorias del pasado, también se
puede ver muchas cosas con personas del presente. Bien es conocida la actitud
de algunos de las nuevas generaciones del PP que este verano salieron
revestidos con banderas franquistas y símbolos fascistas y que, por cierto, no
han sido expulsados ni expedientados en su partido. Pero para entenderlo,
también hay que tener en cuenta que el Partido Popular, fundado por el ministro
franquista Fraga, no ha condenado jamás los crímenes del franquismo.
Los que se hicieron ricos por pertenecer al bando nacional,
no sólo los Franco, siguen siendo ricos, formando a veces parte de la misma
oligarquía que nos dice que nos apretemos los cinturones cuando ya estamos
asfixiados.
El Rey no es menos, sigue siendo una persona intocable desde
la constitución del 78, que le blinda frente a cualquier delito, y se ha
constituido como la figura de mantenimiento del régimen indecente impuesto desde
la transición que los poderes fácticos no desean tocar e incluso intentan que ni su hija pueda ser juzgada en
los tribunales por corrupción por miedo a que “el intocable” esté aún más
puesto en el punto de mira.
Pese a todo, asesinos, cómplices y herederos siguen
ahondando en la herida, dando a entender a día de hoy que sigue habiendo vencedores
y vencidos, vencedores convertidos en supuestos demócratas que nos imponen
leyes mordazas e imposiciones religiosas faltas de cualquier tipo de moral y
vencidos, que pese a nunca haber tenido nada, siguen siendo las víctimas de una
superestructura bien cimentada.
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