jueves, 20 de marzo de 2014

Lo dejó todo atado y bien atado

El 22 de julio de 1969, Franco designó a Juan Carlos I como su sucesor, afirmando que este paso era necesario para que todo quedase “atado y bien atado”.
Treinta y cinco años después de su muerte, me atrevo a dar la razón al tirano, pues creo que se ha demostrado (Y se sigue demostrando) que ese paso era necesario para dar vida al régimen después de la muerte de su fundador.

­En 1976, cuando Juan Carlos ya había llegado al poder y antes de que hubieran tenido lugar las primeras elecciones legislativas, se designó a Adolfo Suárez, que perteneció al régimen de Franco, siendo director de TVE e incluso secretario general de la Falange Española. Así, Juan Carlos se aseguraba alguien próximo al régimen para poner “la primera piedra” de su proyecto de país. A él se le confirió la tarea de dar carpetazo al periodo nacionalcatolicista para montar las primeras elecciones democráticas: Todo ello con el sistema electoral con circunscripciones de pequeño tamaño, que limitaba la pluralidad del parlamento y permitiría el asentamiento de un bipartidismo clásico apoyado por la derecha catalana y vasca, en detrimento de partidos de izquierda que pudiesen suponer una amenaza al Statu Quo.

El proyecto monárquico juancarlista quedó asegurado cuando la UCD, un partido compuesto en su mayoría por franquistas supuestamente convertidos en demócratas y liderado por el propio Adolfo Suárez, ganó las primeras elecciones. Esto le permitió a Suárez promulgar una ley de amnistía, que no significaba otra cosa que los crímenes del franquismo no iban a ser perseguidos y que aquellos guardias civiles, policías y otras fuerzas del estado culpables de asesinatos y maltratos a los opositores del régimen quedaban absueltos de sus crímenes y que se morirían cómodamente en sus camas.
Además, a través de los acuerdos de la Santa Sede se perpetuó el poder de la iglesia católica, pese a haber sido coautora y máxima defensora del franquismo. Permitieron que tuviese sus fuentes de ingreso aseguradas por parte del estado, así como dejar que la religión siguiese estando presente en la educación.
La familia Franco tampoco vio una merma en su estilo de vida. Su riqueza ilegítimamente obtenida y fruto del expolio nacional no fue confiscada, es más, fueron premiados por el mismísimo rey, otorgando a la mujer del fascista el título nobiliario de duquesa de Franco, quien gozó de una alta pensión vitalicia hasta su defunción.
Con los años, estos arreglos se mantuvieron y permanecieron intocables. El PSOE, que cada vez se constituía más como parte del problema, no se atrevió a tocar nada de lo que anteriormente había hecho la UCD y en el gobierno de Felipe González incluso continuó creando colegios concertados con la iglesia, reforzando el poder y fuerza del ente adoctrinador.
Así, luego con el paso de Aznar, Zapatero y finalmente Rajoy, la situación quedó prácticamente igual. Con una ley para la recuperación de la Memoria Histórica del gobierno Zapatero que no marcha y mantiene a miles de muertos republicanos de la Guerra Civil en las cunetas.

Los torturadores del franquismo o bien se han muerto por viejos o siguen vivos, pero no juzgados. Es el caso de Billy El Niño, en el que ha tenido que venir una jueza argentina para juzgarle porque aquí nadie se atreve a ello y aún así se intenta burocratizarlo todo desde la justicia española para no extraditarle.
Pero no nos vayamos a viejas glorias del pasado, también se puede ver muchas cosas con personas del presente. Bien es conocida la actitud de algunos de las nuevas generaciones del PP que este verano salieron revestidos con banderas franquistas y símbolos fascistas y que, por cierto, no han sido expulsados ni expedientados en su partido. Pero para entenderlo, también hay que tener en cuenta que el Partido Popular, fundado por el ministro franquista Fraga, no ha condenado jamás los crímenes del franquismo.
Los que se hicieron ricos por pertenecer al bando nacional, no sólo los Franco, siguen siendo ricos, formando a veces parte de la misma oligarquía que nos dice que nos apretemos los cinturones cuando ya estamos asfixiados.

El Rey no es menos, sigue siendo una persona intocable desde la constitución del 78, que le blinda frente a cualquier delito, y se ha constituido como la figura de mantenimiento del régimen indecente impuesto desde la transición que los poderes fácticos no desean tocar e incluso  intentan que ni su hija pueda ser juzgada en los tribunales por corrupción por miedo a que “el intocable” esté aún más puesto en el punto de mira.

Pese a todo, asesinos, cómplices y herederos siguen ahondando en la herida, dando a entender a día de hoy que sigue habiendo vencedores y vencidos, vencedores convertidos en supuestos demócratas que nos imponen leyes mordazas e imposiciones religiosas faltas de cualquier tipo de moral y vencidos, que pese a nunca haber tenido nada, siguen siendo las víctimas de una superestructura bien cimentada.