viernes, 6 de septiembre de 2013

Vida de un espíritu


Ya no recuerdo cuándo morí, lo único que sé es que no estoy vivo. Los latidos de mi corazón me abandonaron y con ellos mi cuerpo. Ahora voy de aquí para allá, pero a la vez nunca me muevo. Mis huellas no marcan la arena ni mis gritos asustan a la gente. Tan sólo no soy nada.

Ver a las personas pasar es mi afición favorita. Me pongo en medio de la calle a observar a los viandantes para malgastar mi eterno tiempo. Cada cierto tiempo cambian de forma de vestir y sus hábitos. Ya no hablan igual que antes, pero tampoco parecido a cómo hablarán en unos años.

Todo cambia porque están vivos, pero para mí todo está inerte porque estoy muerto. Soy el espectador de un teatro continuo del que no soy partícipe. Jamás me sacarán al escenario, pues mi butaca desde donde les veo está vacía para ellos.

Si pudiera les gritaría que no malgastasen sus vidas, que luchasen por lo que quieran, que viviesen como les plazca y que amasen fuertemente. Arrepentirse de no hacer algo es triste, pero más cuando estás bajo tierra y no puedes deshacer ni remediar de ninguna manera. Las cosas están mientras eres, pero cuando dejas de ser, tan sólo sientes un vacío que no te lleva a ninguna parte, pero te amarga por el resto. 

A veces paso a través de un vivo y le da un escalofrío. Si en vez de éso le pudiese prestar un susurro siempre diría: Es verdad lo que dicen que no hay nada después de la muerte, así que vive cada día como el último de tu existencia y nunca pienses en el mañana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario