Eran un conjunto de seres con capacidad para pensar, pero no para crear. Un día pasó algo inimaginable que no les permitían saber quiénes eran o de donde venían. Tan solo había unos pocos afortunados que recordaban todo. Para ellos fue duro perder a familiares y amigos, el completo olvido dolía más que la muerte.
Todos los recuerdos que creaban, los perdían al caer la noche. Nada quedaba en sus cabezas por la mañana y ello hizo que aquellos que recordaban se uniesen, pues su compasión por aquellos se había transformado en desesperación y odio al ver que día tras día seguían imbuidos en sus pantanos mentales.
Los que recordaban, se comenzaron a llamar los entes y a los que no recordaban, comenzaron a llamarles los sin historia. Los entes comenzaron a someter a los sin historia, creando una sociedad totalmente feudal, donde los sin historia se convirtieron en meros siervos. Cada día que los sin historia se despertaban, todo era nuevo para ellos, pero tenían que salir a trabajar a fábricas, campos... lugares donde allí los entes habían establecido que deberían estar. Nadie les explicaba nada, los duros látigos de los entes responsables de ellos hacían que simplemente hicieran lo que se les pedía.
Los entes, sin embargo, se permitían vivir sin muchas responsabilidades, teniendo como única preocupación que los sin historia trabajasen para mantenerlos.
Pasaron varias generaciones y la dictadura impuesta cada vez era más represiva. Los entes estaban muy desarrollados, su esperanza de vida era tres veces superior a la de los sin historia, vivían en una sociedad totalmente tecnológica y sus preocupaciones eran ínfimas. Incluso dejaron de ser "domadores" y fueron máquinas con descargas eléctricas en vez de látigos quienes controlaban el trabajo y comportamiento de los sin historia.
Desde cámaras seguían vigilando todo lo que hacían. Eran capaces de controlar sus palpitaciones e incluso de saber si los estímulos cerebrales resultaban ser como los suyos, es decir, si podían descubrir si alguno de ellos comenzaba a tener memoria. Si veían que alguno comenzaba a almacenar recuerdos, lo recogían a media noche y lo llevaban a un quirófano, donde le inyectaban un ponzoña para que abandonara el mundo.
Hubo un momento en el que se dieron cuenta de algo que nunca antes había pasado. Los sin historia comenzaban a hablar y si hablaban era porque habían vuelto a recordar. Recordaban palabras y habían establecido su propio lenguaje. No era posible, los sistemas no habían alertado de que todos hubieran comenzado a recordar. Los entes estaban temerosos, ¿estarían hablando de hacer la revolución contra quienes les mantenían allí encerrados? Pensaron en matarlos, pero era una solución inviable. Si les mataban, nadie habría para cultivar o para dar de comer al ganado. Incluso en su muerte se aprovechaban de ellos, pues les vaciaban por dentro, sacándoles todos los órganos para luego reimplantárselos a los entes enfermos.
Durante siglos se habían aprovechado de ellos y ahora no sabían cómo responderían sus esclavos. El miedo les inundaba. Cuadriplicaban en número a los entes y por muchas armas que tuvieran, no dejaban de ser una minoría, que además de ser minoría, sería odiada y su principal enemigo. Los que un día perdieron lo que fueron, ahora volvían a construirse como personas y algún día volverían a escribir su propia historia.